miércoles, 22 de septiembre de 2010

¿De dónde vengo? No sé, sed a donde voy.

No quiero ser un fantasma escritor, quiero ser un escritor mortal, mortal como un veneno contra el tedio… Tampoco quiero que me confundan con una mancha azul y dos rayitas que ayudaba a niños a resolver misterios en Discovery kids.

Aprovecho la oportunidad que hoy en día se me ofrece, gracias a facebook, msn y los sms, las personas en general escriben mal: me resulta mas fácil escribir bien, no escribí escribir como el mejor, la idea es que lean lo que escribo y ustedes saquen una conclusión. Sí puedo dibujar con palabras lo que pienso, estoy satisfecho, un poco no más. A pesar de la contaminación que sufre la expresión escrita, la mayoría, se da cuenta cuando alguien no escribe lo mismo de siempre.

Creo que escribir un blog es como hacer graffitis con cañones de cine.

Me gustan las críticas de autor,
no me gustan las constructivas ni las destartaladas

Críticas destartaladas: Llevan la contra sin fundamentos o no señalan que es lo que les agrada del texto. No son superficiales, si no, insignificantes como la mugre de un vidrio mal enjuagado. Ejemplos.

“tenes errores de ortografia”; “buenisimmmmmmo”; “dedicate a otra cosa”; “que al pedo que estas”; “qué loco lindo”; “cago de risa”; “sos un fenómeno”; ” ¿que tenes en la cabeza?”

Críticas constructivas: Éstas lastiman, es como sí te empujaran en el asfalto, te quedan rosas-rojas las rodillas. Tambien te elogian, exageran un poco porque les da culpa lo que te dijeron antes. Ejemplos.
“se nota que te gusta la filosofía, muy entretenido, pero eso no es hacer filosofía”; no escribís mal pero el rotulo de escritor te queda grande y el de fantasma te queda chico”; “me gusta tu estilo pero si no probas con una novela,fuiste”; “tenes muy buenas imágenes pero te vas por la ramas”

Críticas de Autor: te tratan como un igual, improvisan siguiendo la linea de tu pensamiento, hacen aportes, no se fijan en la sentido de las palabras, si no, en la erupción de la ficción. Ejemplos.

Me niego rotundamente a dar esta clase de ejemplos, no me atrevo a criticar mi obra (sí es una obra, es una en construcción), prefiero escribir cualquier cosa, que escribir cualquier cosa sobre lo que escribo.

sábado, 11 de septiembre de 2010

fútbol cero

El tema se me cae de la boca, como un caramelo ácido en mal estado. De chico sufrí (y sigo sufriendo cada 4 años) la omnipresencia de "ese" deporte. Declararle la guerra al fútbol, es declararle la guerra a mi país, no obstante, el fútbol, a través de mis compatriotas, dijo barbaridades de mí, cuestiona mi existencia. No puedo hacer ni un minuto de silencio... ¡Qué mi prosa manche la pelota! Para empezar, agradezco a mis padres por darme un nombre propio y no hacerme de ningún cuadro, corrijo, de ningún equipo de fútbol ¡Los cuadros tienen que ver con la pintura y la restauración, prácticas de almas extraordinarias! En cambio, el sucker, perdón, el soccer, es una práctica extremordinaria.

Antes y después de nacer, revolotea el tábano del balompié, su zumbido es tan severo como una vuvuzela. La identidad de un argentino pasa por el fútbol. Uno puede responder cuál es su signo, si uno cree o no en Dios, cuál es su orientación sexual, pero uno no puede responder a la ligera, sin remordimiento: no soy de ningún club, no me gusta el fútbol. Te miran como si tuvieses un defecto físico, como si te faltase un pulgar, o como si tuvieses un retraso mental. Disconformes, insisten con el temita: sí, pero si tienes que elegir entre River y Boca, ¿qué haces? TE ROMPO LA BOCA Y TE TIRO A UN RIVER.

El fúbol en la escuela es un abusón. Un niño que sabe mover la pelota, no tendrá problemas, nadie tendrá la necesidad de humillarlo: tendrá amistades aseguradas, una auto-estima cero kilómetro, años felices. En cambio, el gurrumino que no tiene habilidad (como si jugar bien, fuese un atributo del alma), le van a romper las pelotas. Lo van hacer sentir diferente, el diferente recibe los golpes en la escuela, todo gracias al fútbol. Por ejemplo, le van hacer creer que nadie lo quiere: en las clases de educación física, lo van a elegir último. Y si tratan de sacar el mejor partido de la situación, ¿qué tan difícil puede ser, pegarle a una pelota? Sólo recibirán burlas y descalificaciones. No hacemos bien algo que no nos gusta, ¿está mal? El fútbol los perseguirá hasta en los cumpleaños.

En el segundo tiempo de nuestra juventud, no cambiaremos el resultado. En cualquier reunión con amigos y amigas, saldrá a la luz el tema, un tema serio, que para emitir opinión, hay que ser un experto: comentarán goles, dirán nombres y apodos de los jugadores (los apodos son para gente conocida que queremos), evocarán partidos, y nosotros divididos, más mujer que hombre, en un silencio incómodo como una medivacha mal puesta. No hablar en esta ocasión equivale a ser: puto, maricón y un ignorante. Podemos ser menos que una mujer, asexuarnos, con frases como: de fútbol ella sabe más que vos. Pero el conocimiento futbolístico es para mí, una damajuana termidor, mucho contenido, materias primas baratas que pegan jodido.

Dirán que soy un amargo, que tengo frío el pecho. Sin embargo, puedo hacer lo que muchos fanáticos de ése deporte no pueden hacer (o ni siquiera lo intentan), dar una opinión, en vez de balbucear, cuando algo no les gusta: eso es una mierda, es una boludez. El fútbol es el opio del pueblo argentino. No es una novedad relacionar las drogas con el fútbol, si me voy lejos (sin irme de tema) y digo que soy argentino, me dirán en distintos idiomas, oraciones cortas con Maradona como sujeto. No pienso emitir juicio sobre su vida privada pero para afirmar que Diego Armando es Dios, hay que estar drogado. El fútbol, por más que le pese al pesado del hincha, es un juego, un juego por equipos, y no la vida, la vida no es un juego, es una batalla.

Ver fútbol produce alucinaciones: alucinan que su cuerpo está dentro de la cancha ¿Cómo pueden ponerse contentos por una competencia que no tuvieron participación alguna? Es como si una persona que está en sillas de ruedas, festeje al ver una persona cruzar la calle corriendo. No olvidemos al fanático empedernido, gritando indicaciones a los jugadores desde su casa o en un bar, le ponen el mismo dramatismo (más patético, en realidad) que la gente que ve la novela de la tarde (por lo menos ésta tiene una historia, un partido, tiene un complejo resultado numérico). Vale aclarar otro punto sobre el delirio futbolístico: ¡Mirar un partido por televisión no es una teleconferencia!

Quiero sacarme la camiseta de la hipocresía. Los no-fútbol somos parias, tratamos de pasar desapercibidos, cuando es el mundial, nuestra perspectiva pierde dimensiones, somos bombardeados por emocionantes avisos de cerveza y compañías de celular. Yo amo las gaseosas, hasta ellas le rinden culto, ¿cómo escapamos de esa pesadilla? Seamos mártires de una no-causa: no escuchemos los corazones de los demás, escuchemos a nuestra razón: no me interesa el fútbol, el mundial es fútbol, ergo, no me interesa el mundial. Muchos dirán: ¡Pero es la selección! ¡Ojalá la selección natural termine con el fútbol!

martes, 7 de septiembre de 2010

Juan Pablo Dell´Oro, le presento al personaje de Augusto Pérez Lozano

$60. Una vez al mes como Pato con salsa especial, nunca el mismo día, no quiero engendrar una tradición al estilo, los ñoquis del 29, ¿qué, el 29 antes de ser un bombi, era una fábrica de pastas? ¡Alta traición volver popular los platos de Pato! Su carne es celestial, no la merecemos, no somos dignos de su consistencia y gusto: jamás pido delivery, voy a pie a dónde es preparado, al "Dragón Porteño", y espero de pie, no intento matar el tiempo en primer grado, nada de escuchar música o leer un libro, me aburro a secas.

Veo sonrisas de porcelana; indumentaria de seda; bermellón. Los bordados del uniforme transmiten, definitivamente, la multiplicidad de ingredientes que posee la cocina china. Me atrae el ambiente; la persona que cobra, esconde una sonrisa virginal. Miro al fondo; el cuarto amarillo pálido y vapor, de esas coordenadas en el espacio, me llegan 50 grados de felicidad.

No. Alguien. Me está observando. Un cliente, al lado su paquete de arrolladitos primavera. Yo lo observo. Yo pienso más cosas de él, que él cosas de mí. Tiene una mirada penetrante pero sus hombros lo tiran para abajo, no maneja bien sus manos cuando se expresa. Los pantalones que lleva nunca fueron domados por la plancha; en su costado derecho tiene una enorme mancha colorada. No exagero.

Completaron el pedido del mirón: chao-fan con verduras, ¿nada más? ¿No tiene imaginación? El menú es vergonzoso, tiene sólo una tinta pero tiene 206 platos escritos.

Mientras es rellenado de salsa agridulce, el recipiente del indiscreto , triunfalmente arriba mi porción especial de Pato y su salsa extraordinaria. Le saltó el corazón al muchacho, su alma había sido atropellada, se volvió una estatua de nervios duros de milanesa.

Pagué sin cambio, divisé la salida; di unos vistazos en general, enriqueciendo mis huellas mnémicas del restaurant. No me había liberado del asechador; me detuve antes de tocar el asa de la puerta; extraje el celular de mi pierna, y leí en el aire, el mensaje de texto más largo que había leído en mi pato-lógica vida. El personaje que me había inventado, me reprochaba que estuviera tardando tanto, qué se cagaba en el sacramento del Pato (eso porque Roberto [un amigo] dice que yo tengo experiencias religiosas con el emplumado de pico ancho), hubiésemos pedido una docena de empanadas, siempre lo mismo, por lo menos que llegue caliente la comida. Estoy solo, nadie me espera en casa, sin embargo, únicamente compartiría ese manjar con otro yo.

Salió disparado el joven, entornó la gran puerta de vidrio, y la empujó totalmente con una pierna, la que tenía manchada ¡No! ¡Está impresa la mancha! ¡Ridículo! Afuera el peligro y el mal gusto: sintió una voz en su interior, debía mantener la calma: ese pibe es un loco de mierda, pero por más loco que esté, nadie lleva comida por largo rato, lo antes posible, se la lleva a la boca.

Helado era el viento, frío y rico, una noche gris intenso. Las sombras de luz eléctrica, pobres y depresivas. Mucha basura contra los árboles, los inadaptados de siempre: BASURAS, sacar la basura de 20 a 22 horas. Dos tubos de neón solos. No me molesta esa clase de desperdicios. Miro la vereda del enfrente, miro hacia adelante. Nadie.

Se armó de valor, arremete contra los blancos largos ¡CRASH-BOOM! No fué un disparo pero se oyó entre los troncos y las copas de los árboles, una estridencia violenta e impersonal. Se me escapó la risa, quedé expuesto en mi propio relato. No podía ser de otra manera, el estúpido inteligente de Augusto, cometía las mismas acciones que yo perpetraba (utilizo este tipo de lenguaje porque no quiero ser menos que éste personaje) en la vía pública.

Está detrás de mí, el loco de mierda, el mirón. Tengo que seguir caminando; pidió comida, debe vivir cerca, odio la frase “más bueno que el pan” pero si nadie me escucha, puedo aplicarla al sin nombre, sin imaginación. Tiene una camisa de ramas, no, parecen raíces. Es muy extraño. No le prestes atención.

¿Cómo se atreve? Encima tiene más plata que yo, come rico. Voy a robarle su atención. Me acerqué y grité con voz de negro neoyorquino: ¡Freeze! Cualquier persona que sepa inglés y haya mirado muchas películas, se queda congelado, se le va a enfriar el morfi al Sr. Pérez Lozano. No pierdo un minuto; le juro que si se mueve, lo electrocuto: en el bolsillo, un dispositivo de autodefensa, se lo voy a regalar a una amiga, no creo que le moleste que se lo de usado, de un momento a otro, nos vamos a enterar si funciona.

No. ¡Maldita sea! ¡Girasoles! Le tengo pánico a la electricidad, ¿no trabaja con ella el cerebro? Terrible si es interrumpida la conexión de mis neuronas, reconstruir esas billones de uniones es comparable al trabajo realizado por Japón, con Nagasaki e Hiroshima. Un segundo, ¿qué me puede hacer? ¡Qué risa, tiene los ojos pintados! ¿Un pirata del asfalto sin vehículo?

Dame tu celular, quiero tu billetera. Obedeció. Si no cooperas conmigo, voy a dejar caer ésta joya de las telecomunicaciones. Por más que lo intentaba, no podía meterme en su cabeza. Le ordené (en realidad, ya está escrito, no sé por qué se lo dije) que corriera hasta el auto gris de la esquina [¿Qué raro? La noche tiene el mismo color]. Si intentaba algo absurdo, su celular iba a vérselas con el peso de la ley de gravedad.

¡Qué buena frase! Por el momento él es mi amo, no lo dije por eso, lo odio profundamente; fue ocurrente para una persona que sólo se amina a pedir arroz en un restaurante chino. No lo hago a propósito pero por Y, por X y por Z, mi teléfono termina hecho pedazos. Es la primera vez que el accidente en potencia, no depende de mí.

Lo voy a terminar matando, se pasa de listo; primero que me de varios libros, él es para mí como Tomatis fue para Juan José Saer. Ya sé lo que le puedo hacer para descargarme: subí al auto, ahí no, sentate en el asiento del conductor, ¿a dónde querés ir? Dame tu bolsa o preferís que tome tu vida, esa frase, ¿también te gusta?

Me quiere hacer pensar que sabe lo que estoy pensando. No le voy a dar el gusto, Augusto Pérez Lozano sabe de retórica, lo que el zorro de esgrima.

¿Te diste cuenta? ¿Qué auto es? Señalé alrededor. Es un Fox. Se rió estrepitosamente, un fragor comparable al galope de un pura sangre contra las piedras en una pradera. Lo acompañé, también me reí.

Piensas que estoy loco, típico, si yo me río y otro no sabe por qué lo hago, me atribuye algún grado de estulticia. No sabe lo que significa: locura.

Lo hice porque entendí por qué te reías, y si no lo hubiese sabido, igual hubiese pensado que sos una persona despierta, excelente observación la tuya, las personas que tienen imaginación, a veces se ríen solas. Pero, ¿cómo me di cuenta lo que estabas pensando? Sencillo. No sé lo que pensabas, exactamente, pero hiciste en el aire la zeta del Zorro, y que el nombre del auto significa lo mismo en inglés, era una asociación hilarante…

No quiero ser grosero, se enfría el Pato, ganso. Si nunca comiste, prefiero dárselo a un perro de la calle ¿Puede ser claro? ¿Qué quiere de mí?

Te haces el vivo [se aburrió de mí, desgraciado, tengo ganas de gritarle “ficticio” en la cara, no, muy cruel] ¿Sabes cuándo fue la primera vez que comí Pato? ¿Sabes? En la cafetería del Louvre, tercer piso. No te preocupes, te voy a dejar la mitad. Yo soy su creador, ¿qué día y hora de la semana me corresponde? El Domingo, no.

¿En qué estará pensando? Tenía planes yo, detesto acostarme tarde ¿Por qué no acelero el asunto, quiero bajarme del auto ya? La cabeza me da vueltas y el estómago lo tengo vacío; no sé si corresponde, necesito un analgésico, ¿puedo pedirle a él? "IMPORTANTE: mañana sin falta, tengo que pasar por el Kavenagh, ¿cuál era el piso?

Amablemente cogió una birome que tenía a mano (pidió permiso después), y un papel tirado en la alfombra del asiento del acompañante: era un volante de comida. Probó si escribía. El muchacho de la buena frase entró en pánico, fue embargado el aire que inhalaba. Gritó. Era extrema su desesperación, estado comparable a despertarse en el medio de una operación a corazón abierto. Abrió la puerta con ímpetu de arrancarla, la dejó de par en par, el interior del auto fue inundado por la fresca oscuridad de la noche. Le habían robado y lo habían dejado solo en un auto nuevo, con el asiento sucio de pato, sin llaves ¡Asaz ventura! Un situación bizarra, amedita una solución bizarra. Sin querer escribió en el volante de papel (sobre el volante): las llaves están en el baúl. Se bajó. Ahí estaban.

FIN

domingo, 5 de septiembre de 2010

"Sobre cómo escapar de un cumpleaños"

El arte de quedar bien con un semejante. Los cumpleaños son encuentros de duración indeseable. Es el día de una persona que merece nuestro aprecio: nos reunimos en su nombre; nadie habla sinceramente con nadie que no lo haya hecho antes. Además, el cumpleañero se divide como si fuese una pizza de 16 porciones, todos se abalanzan sobre él, le quieren meter un bocado.

Si llegamos temprano al evento, podemos irnos temprano, pero no antes de que el anfitrión sople las velitas. Para controlar el tiempo impunemente, podemos avisar con antelación que tenemos otro cumpleaños, vamos a pasar un rato, preferentemente que el otro festejo, ficticio o real, sea el de un familiar.

Cuando cruzamos el umbral de la puerta, evitemos a saludar a todos, en el futuro cercano nuestra ausencia debe pasar desapercibida. Sin embargo, debemos identificar quién no quiere pasar desapercibido, seamos un reidor moderado, festejemos sus chistes como si el número que hace en el borde del ridículo, fuese pago, ¿quién en su sano juicio, quiere acaparar la atención, en la conmemoración del nacimiento de otro?

En el transcurso de esa fecha importante, aparece una tierra de nadie: todavía no llegaron todos los invitados. Quedémonos quietos, sonriamos pero hablemos poco. En ese momento es aconsejable ir al baño por lo menos una vez, aunque no tengamos ganas. No hagamos nuevos lazos porque será desagradable interrumpirlos después, seguramente podríamos brindarle a alguien una conversación amena, y evadirle del tedio de ese acontecimiento… Pensemos en nuestra vida, tener que soportar ese tipo de situaciones, la hace más aburrida.

Bajo ninguna circunstancia hablemos de nuestra vida privada, no queremos ser un personaje con nombre y apellido, profesión e intereses, debemos salir airosos de esa alegre dramaturgia. Cuando hablemos de nosotros, hablemos como si nuestras experiencias fuesen películas que no nos gustaron o que no las entendimos.

La clave es persuadir a la mayoría que la voluntad general, exige que traigan el plato principal. La torta de cumpleaños es a la fiesta, como el shampoo en la ducha caliente o como el bis en un recital, no queda mucho por hacer.

No cometamos el error de no aceptar una porción de torta, es nuestra dulce entrada para el gran truco. Ingerimos uno, dos bocados, lentamente, observemos el comportamiento alimenticio de los invitados; pasemos un plato a los que realmente desean comer; sirvámosle más al que dice "sólo quiero probarla", participar activamente nos autoriza a emprender la partida cuando nos plazca.

No olvidemos la duda que surge cuando llega el momento de cortar en pedazos el pastel, nuestra ubicación debe ser cercana a él y no al soplante. Debemos ser que el apaga las velas con los dedos, un sacrificio simbólico, si no hay fuego, muere la pasión ¡huyamos!

El regalo es un elemento estratégico, encajémosle el paquete, justo antes de irnos, nuestro ser querido no contará con nuestra presencia pero tendrá un sustituto material más interesante. Recordemos que no es conveniente explicar por qué nos queremos ir, que no queremos llenar nuestro estómago con una picada monocromática, que sus amigos y sus amigas, no son nuestros amigos, que no calculó bien con la comida, que la marca de gaseosa que compró no nos gusta, que la cerveza no está suficientemente fría, por ende, que no la estamos pasando bien.

Un caso diferente es el cumpleaños con asado o hamburguesas o pizza a la parrilla, hay dos sectores, generalmente diferenciados, que facilitan una sigilosa huida. Podemos engañar a nuestro sistema digestivo y a nuestro sistema nervioso, distraernos con comida, mientras rumiamos cuando llegará la hora señalada. Si logramos tener un poco de intimidad con el dueño del momento, podemos solicitar su bendición, y que nos excuse de tener que marcharnos en esta ocasión, debemos exprimir nuestro intelecto y nuestras condiciones para el drama:

"Vine solo, ella [novia o esposa] no vino porque no se encontraba bien, no me quedé tranquilo (que se sobreentienda), estar acá con vos es importante pero, pero… ( qué complete nuestra frase, cerremos la idea embrollando las manos, lancemos muecas con el rostro). Yo se que vos me vas a entender (un dardo envenenado, marca corazón)".

Si estamos solteros, fácilmente podemos aludir que nosotros no estamos bien, (si queremos lástima de calidad de los demás, hay que negar que nos falta un bien, no que tenemos un mal), tenemos que mostrar con el cuerpo que la felicidad de las parejas de la fiesta es nuestra miseria.

La técnica más delicada es como acercarse a la puerta sin ser detectados. Sólo al de la verdadera cara de feliz cumpleaños, le comunicaremos nuestra difícil decisión, qué no se enteren los más allegados, seríamos víctimas de una denuncia atroz ¡Malditos condescendientes, nos comen con la mirada! ¿Quieren hacernos sentir mal? ¿Peor de lo que nos sentimos?

Una vez al año nos toca a nosotros. Festejar nuestro cumple lleva un tiempo completo: pasado, los preparativos e invitaciones; presente, la celebración propiamente dicha; el futuro, esperar que el último invitado se retire, limpiar y ordenar: si tenemos confianza, hagamos lo mismo, podemos ordenarle a ese sujeto que se vaya, el primer paso para realizar una buena limpieza.

Cada invitado recibirá una hora de llegada distinta que el resto, está determinada por grupos. A los del trabajo que vengan tarde, van a querer prolongar la noche en un bar, más rápido todos van a dejar tu hogar. A los familiares que vengan temprano, qué se aburran y se vayan antes. A los amigos de toda la vida hay que informarles la hora auténtica, que ellos hagan el trabajo sucio de terminar con la fiesta, cuando nosotros lo creamos conveniente. A los del Club, a los de Pilates, a los del Gimnasio, a los del taller de escritura, ese pelotón heterogéneo que tengan efecto sorpresa, tienen el privilegio de venir y irse cuándo quieran, qué nuestros seres queridos nos envidien, ¡tenemos una vida más allá de su amistad! Esto va producir un efecto rebote: Roberto de Pilates se fue de repente, ¿por qué no puedo irme cuando quiero? Yo lo conozco de antes, a mí me quiere más, a mí me llamó por teléfono al celular, eso que tenemos distinta companía...