lunes, 21 de febrero de 2011

"Membrillo de oro"


Si uno decide, poner un pie, en su pasado, es aconsejable usar un buen calzado: hay bastante barro allá, el olvido inundó los recuerdos... Busquemos en el lodo, dónde pisar. La infancia, recorramos nuestra infancia, caminemos sobre una inmensa superficie de azúcar, evocando simples momentos de aquella vida. No lo puedo evitar, todo lo relaciono con comida, ¿qué dulce marcó mis días?

Como argentino, debería hablar del dulce de leche, pero no soy fanático del manjar nacional: dos cucharadas y me empalago. Sin embargo, el 99% de las tortas que he preparado en mi vida, llevaban como relleno o recubrimiento, dulce de leche. Reconozco su supremacía, por esa razón, quiero darle una oportunidad a otro dulce, darle el lugar que se merece.

El membrillo. El dulce de membrillo transciende, el frasco, la lata, que lo contiene, no es un dulce ordinario: está presente en la pastafrola; en los pastelitos; en las facturas; en el postre vigilante (queso y dulce). Más allá de enumerar las variantes de consumo, profundicé en el tema: recolecté membrillos en wikipedia.

Su origen no me interesó. Es una fruta amarilla-dorada, entre la pera y la manzana. El membrillo es duro (crudo), agrio y astringente ¿Astringente? Nunca habían escuchado ése término. El sabor astringente, es una sensación, entre una sequedad intensa y un amargor. No llegué a la parte sabrosa (y asombrosa) del membrillo, en realidad, sólo puede apreciarse su sabor, cocinándolo durante horas. La persona que lleve a cabo la empresa, inundará su casa de un aroma terriblemente seductor: caminaremos hacia la cocina como sonámbulos-despiertos, en dirección a la fuente sagrada, queremos oler más de cerca: morder, comer.

Tengo que ir al grano (a las semillas) y relacionar una vez por todas, mi pasado con la fruta. Mis primeras vacaciones, fueron en Pinamar, siempre íbamos al mismo balneario. Alquilábamos, una quincena, en Enero. De la playa no volvíamos a almorzar, en varias oportunidades, comíamos sándwiches de jamón, queso y tomate… Y arena.

Veraneaba, con mi tío Pablo y sus dos hijos, parábamos en los mismos bungalows. Un verano, mi tío, tuvo la excelente idea, de comprar una máquina que iba a solucionar varios almuerzos: una cortadora de fiambre. Un muerto. Funcionaba a la perfección, el problema era el maldito jamón que elegían; marca desconocida, deforme, sospechosas manchas rosas… No me podían engañar, eso era paleta… Sandwiches de paleta, queso y tomate, ¡suena horrible! ¡Sabe peor!

Imagínense lo siguiente, un niño queriendo saciar su hambre a la una de la tarde, cansado de jugar en las olas y de diseñar con arena, y recibe siniestra vianda. Pero mi mamá, se percató la situación, que sufría profundamente, al ingerir ese alimento. No me quejaba con palabras, si lo hubiese hecho, hubiese proferido una cadena oxidada de insultos, nada hubiese conseguido. La expresión de mi rostro era harto elocuente.

Gracias al cielo, comencé a recibir sándwiches de queso pategrás y membrillo, mi madre cortaba gruesas fetas con paciencia. Una delicia. También usaba queso mar del plata: un poco picante, siempre me gustó más la comida de Pinamar. Cuando recibía un pebete de queso y dulce, experimentaba una dicha indescriptible. En toda la playa, era el único, que comía eso de almuerzo.

A partir de esa anécdota, trazaré un recorrido histórico, del influjo que tuvo y tiene, el membrillo, en mi familia. Les prometo un final inesperado, describí una forma alternativa de consumir el idolatrado membrillo.

miércoles, 19 de enero de 2011

Reseña Dill and Drinks

Desde la inauguración de la calle Reconquista como peatonal, en abril del 2010, la zona creció significativamente, ampliándose las opciones gastronómicas como los bares de alta gama. Un ejemplo de ello es Dill and Drinks, un bistró que hace cuatro meses que abrió sus puertas. Dill en inglés significa “eneldo”, una hierba delicadamente aromática, oriunda del mediterráneo, que se utiliza fresca para preparaciones de pescado y mariscos. El lugar está ubicado en el número 986 de la calle San Martin, a pocas cuadras de la gran plaza que lleva el mismo nombre.

De la ambientación, lo primero que llama la atención, son las barras de mármol grisazulado, posee dos en paralelo. Debajo de las mismas, están ubicados elegantes percheros-ganchos, uno por cada asiento: combina comodidad (en Microcentro, los transeúntes, llevan portafolio o el bolso de la notebook) y un diseño que se ocupa estéticamente de los detalles. El mobiliario, en parte restaurado, pertenece a la década del 50´, en conjunto, es moderno y elegante, en el siglo XXI. La iluminación está en el punto justo, es cálida y no se aferra del recurso trillado de la penumbra, para subrayar el carácter gourmet de un establecimiento.

Es extenso el horario del bistró: se puede almorzar; tomar una copa después del trabajo; y por la noche, es un bar para los amantes de los tragos, los cócteles y las tapas, las mismas son invitación de la casa. El menú a la carta es cocina mediterránea y de autor. La minuciosa selección de los ingredientes, puede apreciarse al ingerir cada bocado: son adquiridas las materias primas en el día, las más frescas y apetitosas que ofrezca el mercado. El maestro de cocina es Leandro Leyell (el dueño): busca experimentar, y en el caso ofrecer tapas tradicionales, prepararlas con una rigurosidad científica.

La barra trabaja con bebidas de calidad Premium: Grey Goose, Captain Morgan, Absolut Vodka, Beefeater, Blue Ribon, Jagermeister, entre otras. El bartender, Cameron Spencer Gault, está al acecho de las preferencias de los clientes, servirá clásicos bien preparados y deleitará a aquellos que quieran experimentar. La innovación es una premisa fundamental, tanto en la barra como en la cocina, esa libertad no se aleja del buen diseño de una bebida o de una comida: en el arte culinario, las combinaciones no son al azar, tienen una necesidad de ser, hay una atracción magnética entre los ingredientes.

No es un lugar para conocer, si no para ir una vez y volver otras tantas: anímense a preguntar al bien predispuesto staff, Mauro Cabrera (el encargado) y Laura Ferro (la camarera) sobre lo que uno probó y qué otras cosas podríamos, comer y/o tomar, que seguramente sería de nuestro agrado. Si trabajamos en Microcentro, podemos acércanos, después del mediodía, en cualquier momento, después de leer ésta nota, por ejemplo. El espacio del lugar, puede parecerles reducido, sin embargo, los manjares, son plenamente apreciados en cantidades moderadas. Dill and Drinks es un bistró tan agradable como el olor del eneldo.

VITAMINA (parte II)

Es una marca de ropa de mujer con un posicionamiento de acero. Sus diseños tienen una impronta fácilmente reconocible (excelente calidad y sofisticación), pueden proveer prendas para las ocasiones más importantes: fiestas, para ir a trabajar o para salir.

Los locales son únicos, extremadamente elegantes, pero no comunican una imagen abstracta de la marca, cargada de símbolos innecesarios. Las prendas de vestir son las protagonistas. Las vendedoras son muy atentas con los clientes: las coprotagonistas.

Los jeans tienen un estilo propio y están bien firmados (como obras de arte) por la marca: la arandela metálica, una marca que nunca pasa desapercibida. Hay en distintos colores el mismo modelo: si una mujer encuentra algo que le gusta, compra lo mismo en distintos tonos, tiene que combinar con la ropa que tiene o comprar más ropa para que le combine con esa. Se genera una cadena de consumo.

La promoción de la marca es un tema aparte, cada temporada, utilizan la imagen de bellas y jóvenes actrices: las fotos en los locales o en los catálogos, transmiten valores con los que la empresa quiere que se identifiquen las consumidoras: una mujer libre, decidida, autentica, amante de la moda.

Haciendo uso del vocabulario que tiene VITAMINA en su página web, los vestidos y los abrigos, tienen un charme (encanto) irresistible: colores vibrantes, texturas especiales, son trendy (muy a la moda). No sólo su estética es soñada, las telas son de una elevada calidad, la mordería es impecable y la unión entre géneros es simplemente perfecta.

VITAMINA (parte I )

Compartir nuestra vida con alguien. Estar de novio acarrea muchas alegrías. Hablamos por teléfono una vez por día, debemos desarrollar nuestro costado periodístico: hacer una crónica de nuestras actividades y estados de ánimo… Y convertirnos en excelentes entrevistadores de revistas, de la actualidad, de la vida de ella.

En la cárcel, los presos cuentan los días, en cambio, en una relación de pareja, se cuentan los meses. Por lo menos, entre ella y él, se hacen regalos. El hombre tendrá que hacer una investigación sobre las marcas de ropa que ella usa, y el hombre tendrá que resignarse recibir prendas de vestir como pruebas de amor.

Por si fue poco, de los años que dure la relación (queremos que dure, también nos gustaría casarnos), en el abanico de nuestras salidas: ir al cine; ir a comer a fuera; ir al teatro… Surgirá, constantemente, el programa, terriblemente aburrido, de ver locales de ropa: él, sentado o parado, se sentirá desubicado, pero ella estará, simplemente feliz.

Pero una vez, entré en un local distinto. Para no pasar por la misma situación, del tedio más intenso, me llevé un libro, y de mi celular, música para acompañar. El nombre de la marca era sugerente: VITAMINA. Ella me recordó, que ésta era la casa, de lo jeans que me gustaban cómo le quedaban. Pegó media vuelta y señaló una arandela en su trasero.

Las fibras de la ropa, de aquella marca, son sumamente nutritivas. De mi novia hace: brillar el pelo, los ojos, la piel se le vuelve más suave y sobre todas las cosas, le cambia el humor. De poco descubrí, que los diseños (no solo el de los jeans) eran exquisitos, tanto que la famosa arandela, podría que ser un arándano. Me levanté de mi lugar, y miré colores y textura.

Los precios me parecieron altos (el hombre no gasta en ropa). Pero en la medida que iba tocando las telas, ella mencionaba la calidad de las mismas, terminé por justificarlos. Se me pasó por la cabeza, elegir la prenda que más me gustara a mí (para ella) y sacarla con la tarjeta de crédito, no importaba cuánto saliera: esa actitud podría pagarla cara, en varias situaciones.

Sin comunicarle mi plan, decidí regalarle un tapado, faltaba un mes y medio para el invierno. Los tapados, lejos era lo que más me había gustado. Tenía una poderosa arma, ella no sabía que estaba recabando valiosa información, en su cumpleaños, humillaría a todos los presentes, a los regalos de todos los presentes.

Ese día me reconcilié con la ropa. Comprarla puede ser un placer. Y elegir parcialmente, cómo se viste el amor de mi vida, un manjar. Si uno puede superar el tema “la relación enfermiza que tiene la mujer con la moda del cuerpo”, habrá entendido más de un 60% del funcionamiento de la mujer. Podemos usar ese conocimiento para nuestro beneficio: tratar de hacerla feliz a ella.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

ROMPECABEZAS 20 (La última palabra)

Tenía que tomar un avión. Para cualquier persona era soportar una distancia pero para una mujer que tiene casa, en tres países, eran placenteras horas de ocio. Estaba en el Aeropuerto Ezeiza, precisamente en el sector V.I.P. de American Express. Su próximo destino era Santiago de Chile, debía reunirse con su amiga y colega Tatiana Valle.

Sorbía una copa de un espumante, de la bodega Dante Robino. Mientras, leía emails de la Netbook, no eran muchos, no dejaba que se acumularan, sin embargo, desde su móvil, hacía todo. En la edad media, la espada era una prolongación del brazo en la batalla, en la época que le tocaba vivir (parecía que había sido creada para Joanna), su móvil, cumplía la misma función.

En estos momentos de paz, le gustaba cerrar los ojos y escuchar música, estaba escuchando una grabación en vivo de “Meet me halfway” (The Black eyed pea), había contratado a la banda en su último cumpleaños, no se cumple 30 años todos los días. Siendo adulta, estaba cumpliendo el sueño de cualquier adolescente: sentir que el grupo de música que a uno le gusta, canta para nosotros.

Podía sonar el móvil en cualquier momento, hace 8 meses y medio que había aceptado ser asesora on-line de branding design: cualquier persona con crédito opulento, podía pedirle consejos empresariales (era una psicóloga del marketing). Le pagaban 20 dólares por minuto. Su situación económica era tan favorable, que le pagaba a las revistas que escriben sobre fortunas, para no figurar en ellas.

En su último macroemprendimiento, había podido combinar su amor a la comida y a la moda. Ella tenía una fascinación especial por los bolsos. Había ideado un catering para empresas. Estaba orientado a la mujer ejecutiva de Chile, Argentina y Ecuador, para cubrir el almuerzo o la cena.

La comida venía en un bolso de un diseño exclusivo, resistente al peso y a cualquier tipo de mancha, había un modelo distinto por semana, en siete colores diferentes. Sólo los clientes que disfrutaban regularmente de los manjares de “Sóberon” podían elegir y usar esas creaciones. Podían adquirirse los bolsos Sóberon, en locales de la misma marca, pero a precios desorbitantes.

Lo más sabroso del servicio y de los productos Sóberon, era su manera de trabajar. Uno ordena la comida desde su móvil: ensaladas sofisticadas como Calígula, platos calientes (de Salmón, pollo o carne de res) y platos de pastas con apetitosas salsas (de camarones, al champagne, de hongos, etcétera). La empresa envía el pedido, a la locación exacta del cliente, el G.P.S. puede tener múltiples aplicaciones.

Vibró su móvil. Se fijó en la pantalla de 3.5 pulgadas, era una llamada que pedía a gritos, ideas de aliento, sobre branding design: el usuario, Homero Gómez Provenza. Fue directo al grano, dijo el nombre de ella rápidamente. Le preguntó cuál era la mejor forma de conseguir más canales de cable que aceptaran incluir en su programación, nuevas series.

Joanna, le dijo terminantemente, si sabía quién era ella, más allá que hace un minuto había pronunciado su nombre. Le exigió que se presentara formalmente. Él dijo que era escritor y un creador de ficción: entretengo a más de 60.000 personas por día, soy como una estrella de Rock con barba sin pelo largo.

No podía hablarle con ese tono de soberbia a ella, inaceptable, Homero simplemente debía escucharla. Johanna para tomar las riendas, le preguntó, si ese era, su nombre artístico. Él, energéticamente, le increpó qué Homeros conocía: ¿Simson? Una serie animada que murió en el aire: muy amarillo. Disculpe, Homero es mi nombre real, quién en su sano juicio, se cambiaría el nombre, es lo más propio. Si a uno le funciona bien el corazón, ¿lo cambiaría por otro? Si usted quiere que sea otro Homero, sería el de la Ilíada, entonces ¿Con quién piensa que está hablando?

Johanna se quedó atónita, era muy grave la incomodidad que estaba padeciendo, extraño, estaba completamente estirada en un sillón de cuero. Atornilló su mirada a la copa del espumante, Novecento Cuvée Extra Brut: en el fondo, hilos de burbujas, finos collares de perlas . Olfateó y dejó caer esa transparencia dorada en su garganta. Tomó la palabra: Lo que está diciendo, le va a costar caro.

Homero replicó que 20 dólares por minuto no era mucho, además como él no sabía cuánto iba a durar la conversación, había pagado por adelantado un abono. Una mierda, soltó Johanna. Él, a miles de kilómetros, transmitió una risa sincera, hizo una aclaración: el abono no es sólo materia fecal.

La consultoría se estaba desvirtuando. Hizo una profunda inhalación (y una lenta exhalación), tragó el vapor de los cigarrillos electrónicos. Recapacitó. Cortando el rumbo de la conversación, espetó cuál era su negocio y en qué podía serle útil. Homero estuvo de acuerdo. Pero Johanna quizo ir más lejos, antes quería resarcirse de la situación anterior.

Le preguntó con asombrosa calma, cómo la había contactado. Él reconoció que la comida de Sóberon, catering para empresas, era genial. Era un cliente asiduo de Calígula, esa ensalada gloriosa de pollo agridulce, rúcula, tomates cherry, queso en hebras, croutons y salsa tibia de puerros (hizo un resumen de los ingredientes); y agregó que conocía personalmente al autor de dicha ensalada.

Éste hombre no paraba de sorprenderlo. Pero quedó más sorprendida cuando apareció en la pantalla de su móvil, un pop-up con letras verdes claro: “American Express la invita a retirarse del salón, dadas las circunstancias, de su no satisfactoria conversación telefónica: perturba el ambiente en general”.

Estaba furiosa, pero no podía escupir fuego en ese prestigioso recinto. Fue extremadamente sincera con Homero, el de la palabra de rayo. A pesar de su mal comienzo, si él con su carácter, ingenioso e irritante, se dedicaba al entretenimiento, le interesaba saber qué series tenía en mente para vender. Le dijo que ella tenía más contactos que Mark Zuckerberg, podía ser de gran ayuda. Dijo que le solicitaba una entrevista personalmente, en qué ciudad podía ubicarlo. Respondió: nos vemos en 4 horas en Santiago de Chile.

viernes, 15 de octubre de 2010

ROMPECABEZAS 70 (Bliss)

Correr más cuadras imaginarias. Hace 3 horas que no se detenía en el salar de Atacama. Llevaba una pequeña alforja. El sudor caía de su espalda como gotas en un parabrisas a 100km/h. Frenó, su corazón en intensa percusión, se quitó los auriculares: cuando un Gamer siente el silencio (tono constante que se esconde en el aire), experimenta una brisa, una playa de arena blanca.

No importaba a qué parte del globo se dirigiese, cuando lo necesitaran, darían con su locación exacta, tenía un dispositivo de rastreo en la nuca. Si corría peligro su vida, también darían con su paradero, sus signos vitales estaban conectados al servidor Ávalon Google. Prefería que lo buscaran en helicóptero, esa cosa era piloteada por un animatrónico, y éste a su vez era comandado por alguien como él.

Héctor Echavarría Vanegas, Gamer, también doctor en Psicología. En la segunda década del siglo XXI, gana una beca en Japón para realizar investigaciones sobre la adicción a los video-juegos. Alentado por el escritor Juan Pablo Dell Oro, reflexiona sobre la población de jóvenes y adultos que consume esa clase de entretenimiento: son mano de obra altamente calificada. Podía crearse una nueva clase social.

Su extraordinaria fascinación por los video-juegos, era harto conocida en el ambiente, fue un factor decisivo. Termina diseñando, con Sony y Mitsubishi, cuerpos comandos: no más botones, articulaciones. Es permutada la virtualidad de la pantalla, por tiempo y espacio reales. Crean los animatrónicos: Gamers, semidioses a la distancia. Las misiones dejan de ser quimeras: extraer metales de la profundidad negra de la tierra, influye en la economía de un país.

Hasta que no dejó de girar la hélice, soberbio se mantuvo de pie en el suelo blanco y brillante. La fuerza de un ciclón enmarañó sus cabellos negroazulados, en el rostro, una expresión de contemplación seria. Apoyó una mano en el suelo, se sentó. El sonido agudo del motor parecía un arma poderosa. Salió una mujer en uniforme, ella era la encargada de impartirle las órdenes.

Antes de dejarla hablar de la nueva misión (en la mirada de la mujer, estaba la de la niña), exigió que le entregaran inmediatamente un litro de Coca-Cola, necesitaba refrescarse y algo con qué combatir el tedio: los años eran tan intensos como insípidos pero el sabor de la gaseosa más grande de la Historia seguía siendo único. Era insoportable el estilo de vida que llevaba: recientemente había participado de la reconstrucción (por ataque terrorista) del puente de San Francisco.

La mujer, piel y ojos atractivos como una serpiente, largó una carcajada altamente ofensiva. No podía entender que él pudiese pedir lo que quisiera, el gobierno japonés o norteamericano, se lo concedería, y sólo se lo ocurría por el momento, el contenido de una botella de curvas pronunciadas. En su voz sensual había algo más que burla, una libra de admiración.

Antes de abordar, se arrodilló en la inmensidad de cloruro de sodio, y se acurrucó con la gracia de un dragón. Abandonó la posición gallarda, y se dirigió hacia la escalera del medio de transporte insectiforme. Había sublimado su sangre, al mismo tiempo, había recuperado la calma. Enfrente de su asiento estaba el litro de gaseosa (un gas y un líquido, dos formas de combustible). Bebió su contenido salvajemente, como si alguien quisiese verla derramada.

Fue reestablecido el contacto con la base. Héctor sostenía la botella con fruición, miraba los impersonales ventanales. Se rascó la espalda, estiró el antebrazo izquierdo hacia atrás, hasta casi dislocarse el hombro. Metió la mano en la alforja, extrajo una estaca de titanio de media pulgada de diámetro: arremete contra el Piloto animatrónico.

Retira la resistente y liviana vara. Con la rapidez de una estampida, de la alforja, carga sus palmas de imanes de tierras raras, los introduce en el orificio destruido. La placa madre, quedó inutilizada: el Gamer a miles de kilómetros, entró en coma uno. Tomó el mando, igual que un simulador de vuelo. Alto precio pagará por su traición. Debía disfrutar de los 35 kilómetros que separaban la nada, de un poblado.

Estaba tan agitado como el simio de “do the revolution” de la extinguida banda Pearl Jam. No se acordaba que no estaba solo. Akane Kokku interrogó a Hector Echavarria Vanegas, si la locura que estaba cometiendo, era en parte, por el hecho de que ellos se conocían de antes. Él la llamó “Putita”, en referencia a una canción de la banda Babasónicos (sus integrantes no contaban con vida).

No comprendía la temporada en el infierno que estaba viviendo. Además el amor en ese período, era irrisorio. Le quedaba poco tiempo, torturas inimaginables le esperaban, horas después de tocar tierra. Cortaba el aire como un dragón, era harto placentero, volar por sí mismo. Siempre tuvo la certeza que no sabía de dónde venía y a dónde iba, ahora sabía que de un lugar, jamás se movería.

Una reproducción del Jardín Japonés de Buenos Aires, Argentina, en la Habana, Cuba. Cerraba sus ojos, tapa sus oídos, habían arrasado con su cabellera, tenia puesto un ambo naranja. No quería estar consciente en esa pesadilla. Pero no tenía esposas, tampoco las personas de ambos de distintos colores, deambulaban, hasta los patos y los peces koi mostraban entusiasmo.

¡Pero no tenían bolsillos grandes! No había lugar para el celular, el mp6 ¿Qué? ¿A quién se le había ocurrido hacer un maldito lugar de ensueño, donde la gente sólo se pudiese comunicar cara a cara? Una angustia sin precedentes, inundó sus córneas con olas-lágrimas. El sitio era terrible y solemnemente bello ¡Bliss!

Pero se respiraba la justicia divina de los dioses griegos: la vida no estaba en otra parte, su identidad había sido apagada como el fuego de una vela. De la Macs; de las mentes, de la de los que había amado u odio, o tan solo compartido un momento de la vida. Volvía a un estado artificial de naturaleza, podían expresarse con la palabra, en un lienzo, con una pluma: la vida no era más un juego, menos uno de video.

martes, 12 de octubre de 2010

ROMPECABEZAS 9 (Bookcaser)

Su corazón como un horno de barro. Avanzaba dando largos y rápidos pasos por la peatonal Lijnbaan. Zonas aisladas, de su clara y pulcra remera, fueron inundadas por gotas de extrema emoción. No podía contenerse, no obstante, su ser físico no era apto para el deporte. Le faltaban 3 kilómetros para perder el conocimiento, pero en menos de 2, llegaba a su casa. Su esposa lo esperaba con un chop de agua mineral a temperatura ambiente, no quería recibir un electroshock de hielo.

Corría en Rotterdam con una caja de herramientas: una Black and Decker último modelo. Las necesidades humanas son sed, hambre y deseo. Quería cumplir ésta última, quería ver sus sofisticados diseños dentro de la caja. Deseaba abrirla y usar sus creaciones. Todavía estaba corriendo, esquivaba tachos (afvals: desechos), dibujó una sonrisa en su agonía: llevo lo opuesto a la basura, las herramientas son para toda la vida, incluso duran más que el consumidor final. Franco Besando era un enamorado de la ingeniería pero estaba más enamorado de los libros, y más aún de Casandra. Se había vuelto un hábil constructor de bibliotecas.

Desde que había llegado a Holanda, le había surgido éste hobby respetable. No coleccionaba boludeces como la gran mayoría ¿Qué es eso, de acumular en cantidades importantes, más de lo mismo? Por ejemplo, juntar latas vacías: si no son bien enjuagadas, se pudre el contenido adherido a la fina capa de aluminio. En cambio, Franco, realizaba contenedores de libros, ellos (si fueron debidamente elegidos) nunca vencen y no se guardan vacíos: su contenido es opulento para el lector en potencia.

Al atravesar el umbral, Casandra, su querida esposa, le deparó una sonrisa de oro. También fingió lástima por el cansancio de esclavo que exhibía. Le acercó el chop, rebalsaba del puro elemento. Tragó ruidosamente. Ella le arrojó una toalla a la cara, el rugoso algodón, rosó la blancura de un ojo. Parpadeó como el batir de alas de una mosca. En vez de maldecirla por su inocente maldad, la corrió como un fauno por toda la casa, quería impregnarla, impresionarla con su olor y otra vez robarle el corazón…

Había muchas cajas dispersadas cerca de los estantes de la futura biblioteca, cajas tan impecables como cajas de remedios. Le enviaban libros de distintas partes del mundo, hablaba varios idiomas pero en ciertas ocasiones prefería leer traducciones, en español, para sobrellevar el desarraigo. La palabra escrita se había vuelto fundamental para desarmar la distancia con los suyos, y las palabras de los escritores (por eso le gustaba tanto leer) también desarmaba (y almaba) la distancia irreversible del tiempo.

Rompió la caja de la caja de herramientas, despedazó al packaging; irónico, era tan intenso el rojo de la marca que parecía que sangraba. Quería, debía terminar una estantería, cargar de libros a la recién nacida. No podía entender que la gente pagara tanto para que le hagan una biblioteca. Con lo mismo que gastan en el armado, se pueden comprar como 90 libros. Pero para hacerla uno mismo, hay que tener las herramientas adecuadas, gracias a Franco Besando ya estaban en el mercado.

Era sábado, una tarde tranquila. Había borrado el almuerzo de su mente. Sin embargo, Casandra, había traído emparedados de Pastrón, pepinillos agridulces y mostaza de Dijón. La Bookcaser de Black and Decker, funcionaba de maravilla. No podía creer que le hubiesen pagado por eso. No lo había comentado con los directivos de la empresa pero más allá de la funcionalidad, la ergonomía y la ingeniería en materiales; estaba asociando el trabajo manual, con la actividad intelectual, ¡qué leer libros, nos haga sudar primero!

Abrió una caja con el cortante de la Bookcaser, sacó un libro y se acomodó en el sillón de cinco cuerpos (los del mobiliario, el de ella y el propio). Esa edición de tapa dura se la había obsequiado el escritor Juan Pablo Dell Oro. No era un ejemplar de su autoría, lástima, había disfrutado mucho, frases e imágenes del último libro que le había enviado: “S u n n e s s”. El gesto era grande igual: el título que tenía en sus manos, era “Microfísica del Poder” de Michel de Foucault. Muy gracioso, hace menos de 2 semanas había caminado por la bocacalle que lleva el nombre del filósofo.

Le quedaba un puño de sandwich, estaba engrasando las hojas pero no la tinta impresa. Abrió el libro en cualquier página, eran ensayos, volvió al índice, “Los intelectuales y el poder” era lo que estaba por leer: "G. D: Eso es, una teoría es exactamente como una caja de herramientas (...)". Se rió y se tiró para atrás contra pequeños almohadones blancos y negros, parecía una hiena bajo los efectos del óxido nitroso. Casandra le preguntó si quería una bebida fuerte. Franco contestó afirmativamente: algo con vodka.

Agarró una botella del barcito de roble y se dirigió hacia la cocina. Escuchó el ronroneo estruendoso de un electrodoméstico. Estaba tan cansado que no podía leer, sólo podía dignarse a abrir y a cerrar la boca. Debía buscar algo más sobre una teoría es como una caja de herramientas. Llegó su bebida con alcohol, fue apoyada justo arriba de la Bookcaser. Casandra se quedó esperando a que explotara la bomba de significado. Un silencio milenario. Procesamiento ruidoso en la cocina; pulpa translúcida; color naranja: screwdriver!

Juntos desaforadamente por Lijnbaan, la peatonal. Querían meter sus cuerpos y sus almas en una librería. Diversión en sus conciencias pero no se dirigían la palabra, no tenían aire. Casandra se detuvo, le dijo a Franco que esperara un momento, entró en una tienda de electrónica: compró una book reader de 7 pulgadas. Antes de retomar sus andanzas, sacó el dispositivo de la caja y se lo pasó por el aire a Franco. Él estiró los brazos como un arquero en la final del mundo, aprovechó sus dedos de manteca y dejó caer al artefacto en la grava del suelo. Juntó cinco o seis añicos (afvals), los dejó caer, ésta vez, en una urna de acero inoxidable.