viernes, 15 de octubre de 2010

ROMPECABEZAS 70 (Bliss)

Correr más cuadras imaginarias. Hace 3 horas que no se detenía en el salar de Atacama. Llevaba una pequeña alforja. El sudor caía de su espalda como gotas en un parabrisas a 100km/h. Frenó, su corazón en intensa percusión, se quitó los auriculares: cuando un Gamer siente el silencio (tono constante que se esconde en el aire), experimenta una brisa, una playa de arena blanca.

No importaba a qué parte del globo se dirigiese, cuando lo necesitaran, darían con su locación exacta, tenía un dispositivo de rastreo en la nuca. Si corría peligro su vida, también darían con su paradero, sus signos vitales estaban conectados al servidor Ávalon Google. Prefería que lo buscaran en helicóptero, esa cosa era piloteada por un animatrónico, y éste a su vez era comandado por alguien como él.

Héctor Echavarría Vanegas, Gamer, también doctor en Psicología. En la segunda década del siglo XXI, gana una beca en Japón para realizar investigaciones sobre la adicción a los video-juegos. Alentado por el escritor Juan Pablo Dell Oro, reflexiona sobre la población de jóvenes y adultos que consume esa clase de entretenimiento: son mano de obra altamente calificada. Podía crearse una nueva clase social.

Su extraordinaria fascinación por los video-juegos, era harto conocida en el ambiente, fue un factor decisivo. Termina diseñando, con Sony y Mitsubishi, cuerpos comandos: no más botones, articulaciones. Es permutada la virtualidad de la pantalla, por tiempo y espacio reales. Crean los animatrónicos: Gamers, semidioses a la distancia. Las misiones dejan de ser quimeras: extraer metales de la profundidad negra de la tierra, influye en la economía de un país.

Hasta que no dejó de girar la hélice, soberbio se mantuvo de pie en el suelo blanco y brillante. La fuerza de un ciclón enmarañó sus cabellos negroazulados, en el rostro, una expresión de contemplación seria. Apoyó una mano en el suelo, se sentó. El sonido agudo del motor parecía un arma poderosa. Salió una mujer en uniforme, ella era la encargada de impartirle las órdenes.

Antes de dejarla hablar de la nueva misión (en la mirada de la mujer, estaba la de la niña), exigió que le entregaran inmediatamente un litro de Coca-Cola, necesitaba refrescarse y algo con qué combatir el tedio: los años eran tan intensos como insípidos pero el sabor de la gaseosa más grande de la Historia seguía siendo único. Era insoportable el estilo de vida que llevaba: recientemente había participado de la reconstrucción (por ataque terrorista) del puente de San Francisco.

La mujer, piel y ojos atractivos como una serpiente, largó una carcajada altamente ofensiva. No podía entender que él pudiese pedir lo que quisiera, el gobierno japonés o norteamericano, se lo concedería, y sólo se lo ocurría por el momento, el contenido de una botella de curvas pronunciadas. En su voz sensual había algo más que burla, una libra de admiración.

Antes de abordar, se arrodilló en la inmensidad de cloruro de sodio, y se acurrucó con la gracia de un dragón. Abandonó la posición gallarda, y se dirigió hacia la escalera del medio de transporte insectiforme. Había sublimado su sangre, al mismo tiempo, había recuperado la calma. Enfrente de su asiento estaba el litro de gaseosa (un gas y un líquido, dos formas de combustible). Bebió su contenido salvajemente, como si alguien quisiese verla derramada.

Fue reestablecido el contacto con la base. Héctor sostenía la botella con fruición, miraba los impersonales ventanales. Se rascó la espalda, estiró el antebrazo izquierdo hacia atrás, hasta casi dislocarse el hombro. Metió la mano en la alforja, extrajo una estaca de titanio de media pulgada de diámetro: arremete contra el Piloto animatrónico.

Retira la resistente y liviana vara. Con la rapidez de una estampida, de la alforja, carga sus palmas de imanes de tierras raras, los introduce en el orificio destruido. La placa madre, quedó inutilizada: el Gamer a miles de kilómetros, entró en coma uno. Tomó el mando, igual que un simulador de vuelo. Alto precio pagará por su traición. Debía disfrutar de los 35 kilómetros que separaban la nada, de un poblado.

Estaba tan agitado como el simio de “do the revolution” de la extinguida banda Pearl Jam. No se acordaba que no estaba solo. Akane Kokku interrogó a Hector Echavarria Vanegas, si la locura que estaba cometiendo, era en parte, por el hecho de que ellos se conocían de antes. Él la llamó “Putita”, en referencia a una canción de la banda Babasónicos (sus integrantes no contaban con vida).

No comprendía la temporada en el infierno que estaba viviendo. Además el amor en ese período, era irrisorio. Le quedaba poco tiempo, torturas inimaginables le esperaban, horas después de tocar tierra. Cortaba el aire como un dragón, era harto placentero, volar por sí mismo. Siempre tuvo la certeza que no sabía de dónde venía y a dónde iba, ahora sabía que de un lugar, jamás se movería.

Una reproducción del Jardín Japonés de Buenos Aires, Argentina, en la Habana, Cuba. Cerraba sus ojos, tapa sus oídos, habían arrasado con su cabellera, tenia puesto un ambo naranja. No quería estar consciente en esa pesadilla. Pero no tenía esposas, tampoco las personas de ambos de distintos colores, deambulaban, hasta los patos y los peces koi mostraban entusiasmo.

¡Pero no tenían bolsillos grandes! No había lugar para el celular, el mp6 ¿Qué? ¿A quién se le había ocurrido hacer un maldito lugar de ensueño, donde la gente sólo se pudiese comunicar cara a cara? Una angustia sin precedentes, inundó sus córneas con olas-lágrimas. El sitio era terrible y solemnemente bello ¡Bliss!

Pero se respiraba la justicia divina de los dioses griegos: la vida no estaba en otra parte, su identidad había sido apagada como el fuego de una vela. De la Macs; de las mentes, de la de los que había amado u odio, o tan solo compartido un momento de la vida. Volvía a un estado artificial de naturaleza, podían expresarse con la palabra, en un lienzo, con una pluma: la vida no era más un juego, menos uno de video.

martes, 12 de octubre de 2010

ROMPECABEZAS 9 (Bookcaser)

Su corazón como un horno de barro. Avanzaba dando largos y rápidos pasos por la peatonal Lijnbaan. Zonas aisladas, de su clara y pulcra remera, fueron inundadas por gotas de extrema emoción. No podía contenerse, no obstante, su ser físico no era apto para el deporte. Le faltaban 3 kilómetros para perder el conocimiento, pero en menos de 2, llegaba a su casa. Su esposa lo esperaba con un chop de agua mineral a temperatura ambiente, no quería recibir un electroshock de hielo.

Corría en Rotterdam con una caja de herramientas: una Black and Decker último modelo. Las necesidades humanas son sed, hambre y deseo. Quería cumplir ésta última, quería ver sus sofisticados diseños dentro de la caja. Deseaba abrirla y usar sus creaciones. Todavía estaba corriendo, esquivaba tachos (afvals: desechos), dibujó una sonrisa en su agonía: llevo lo opuesto a la basura, las herramientas son para toda la vida, incluso duran más que el consumidor final. Franco Besando era un enamorado de la ingeniería pero estaba más enamorado de los libros, y más aún de Casandra. Se había vuelto un hábil constructor de bibliotecas.

Desde que había llegado a Holanda, le había surgido éste hobby respetable. No coleccionaba boludeces como la gran mayoría ¿Qué es eso, de acumular en cantidades importantes, más de lo mismo? Por ejemplo, juntar latas vacías: si no son bien enjuagadas, se pudre el contenido adherido a la fina capa de aluminio. En cambio, Franco, realizaba contenedores de libros, ellos (si fueron debidamente elegidos) nunca vencen y no se guardan vacíos: su contenido es opulento para el lector en potencia.

Al atravesar el umbral, Casandra, su querida esposa, le deparó una sonrisa de oro. También fingió lástima por el cansancio de esclavo que exhibía. Le acercó el chop, rebalsaba del puro elemento. Tragó ruidosamente. Ella le arrojó una toalla a la cara, el rugoso algodón, rosó la blancura de un ojo. Parpadeó como el batir de alas de una mosca. En vez de maldecirla por su inocente maldad, la corrió como un fauno por toda la casa, quería impregnarla, impresionarla con su olor y otra vez robarle el corazón…

Había muchas cajas dispersadas cerca de los estantes de la futura biblioteca, cajas tan impecables como cajas de remedios. Le enviaban libros de distintas partes del mundo, hablaba varios idiomas pero en ciertas ocasiones prefería leer traducciones, en español, para sobrellevar el desarraigo. La palabra escrita se había vuelto fundamental para desarmar la distancia con los suyos, y las palabras de los escritores (por eso le gustaba tanto leer) también desarmaba (y almaba) la distancia irreversible del tiempo.

Rompió la caja de la caja de herramientas, despedazó al packaging; irónico, era tan intenso el rojo de la marca que parecía que sangraba. Quería, debía terminar una estantería, cargar de libros a la recién nacida. No podía entender que la gente pagara tanto para que le hagan una biblioteca. Con lo mismo que gastan en el armado, se pueden comprar como 90 libros. Pero para hacerla uno mismo, hay que tener las herramientas adecuadas, gracias a Franco Besando ya estaban en el mercado.

Era sábado, una tarde tranquila. Había borrado el almuerzo de su mente. Sin embargo, Casandra, había traído emparedados de Pastrón, pepinillos agridulces y mostaza de Dijón. La Bookcaser de Black and Decker, funcionaba de maravilla. No podía creer que le hubiesen pagado por eso. No lo había comentado con los directivos de la empresa pero más allá de la funcionalidad, la ergonomía y la ingeniería en materiales; estaba asociando el trabajo manual, con la actividad intelectual, ¡qué leer libros, nos haga sudar primero!

Abrió una caja con el cortante de la Bookcaser, sacó un libro y se acomodó en el sillón de cinco cuerpos (los del mobiliario, el de ella y el propio). Esa edición de tapa dura se la había obsequiado el escritor Juan Pablo Dell Oro. No era un ejemplar de su autoría, lástima, había disfrutado mucho, frases e imágenes del último libro que le había enviado: “S u n n e s s”. El gesto era grande igual: el título que tenía en sus manos, era “Microfísica del Poder” de Michel de Foucault. Muy gracioso, hace menos de 2 semanas había caminado por la bocacalle que lleva el nombre del filósofo.

Le quedaba un puño de sandwich, estaba engrasando las hojas pero no la tinta impresa. Abrió el libro en cualquier página, eran ensayos, volvió al índice, “Los intelectuales y el poder” era lo que estaba por leer: "G. D: Eso es, una teoría es exactamente como una caja de herramientas (...)". Se rió y se tiró para atrás contra pequeños almohadones blancos y negros, parecía una hiena bajo los efectos del óxido nitroso. Casandra le preguntó si quería una bebida fuerte. Franco contestó afirmativamente: algo con vodka.

Agarró una botella del barcito de roble y se dirigió hacia la cocina. Escuchó el ronroneo estruendoso de un electrodoméstico. Estaba tan cansado que no podía leer, sólo podía dignarse a abrir y a cerrar la boca. Debía buscar algo más sobre una teoría es como una caja de herramientas. Llegó su bebida con alcohol, fue apoyada justo arriba de la Bookcaser. Casandra se quedó esperando a que explotara la bomba de significado. Un silencio milenario. Procesamiento ruidoso en la cocina; pulpa translúcida; color naranja: screwdriver!

Juntos desaforadamente por Lijnbaan, la peatonal. Querían meter sus cuerpos y sus almas en una librería. Diversión en sus conciencias pero no se dirigían la palabra, no tenían aire. Casandra se detuvo, le dijo a Franco que esperara un momento, entró en una tienda de electrónica: compró una book reader de 7 pulgadas. Antes de retomar sus andanzas, sacó el dispositivo de la caja y se lo pasó por el aire a Franco. Él estiró los brazos como un arquero en la final del mundo, aprovechó sus dedos de manteca y dejó caer al artefacto en la grava del suelo. Juntó cinco o seis añicos (afvals), los dejó caer, ésta vez, en una urna de acero inoxidable.

jueves, 7 de octubre de 2010

ROMPECABEZAS 4 (En el Aire)

Aeropuerto Ezeiza Ministro Pistarini. Sector Check-in. Entre pasajero y cliente se quitaba la cara. No soportaba estar detrás del mostrador: era sólo una semana, mientras “esa” en su luna de miel ¿De qué se quejaba? La gente hacía una larga fila para hablar con ella. Por un lado, trataba con personas descansadas (clientes), y por el otro, con personas excesivamente nerviosas (pasajeros): los que venían por primera vez y los que no soportan volar.Tenía suerte, personas que nunca iba a volver a ver en su vida.

Enfrente suyo una pasajera directamente de la peluquería. Le hicieron un corte (le quedó bien) y color chocolate (ojalá que se le derrita) ¿Cómo se llama? En el pasaporte: Nora Rita Valenzuela. Se parecía a la mina que estaba reemplazando, no era tan bajita. No era fea, además cuidaba su figura: una enfermita del gimnasio, la típica que la histeriquea al profesor ¿Va a Estados Unidos? !Qué vuelva con sobrepeso!

No podía ser más fácil. Los kilos de más lo tenía ahora, iba que tener que pagar exceso de equipaje. Quiso sacar algo de la valija: los rollers. Del otro lado del mostrador dijo terminantemente, que no se puede ni fumar en los baños, ¿qué pretendía Nora Rita? ¿Patinar en los pasillos? Bajo ninguna circunstancia podía llevarlos a bordo, si lo deseaba, perfectamente podía dejar los patines. No le contestó la pasajera, en cambio, ella la miró como un demonio rubio, sus labios rojos afirmaron su determinación.

Para no reírse, a continuación le llamó la atención a un cliente. Dijo: él que está atrás de la chica con valija rosa, por favor, ubíquese detrás de la línea. El hombre buscó condescendencia en las personas de la fila, él estaba mirando a la mina de adelante, a las de atrás, a la del mostrador, a todas. Cuando llegó su turno, después de entregarle el pasaporte, le hizo el comentario que había sido gracioso, lo que le había dicho a la mina que acaba de pasar, si quería patinar en los pasillos del avión.

La empleada de la aerolínea no le llevó la corriente. Patricio Ariel Longo (eso decía su identificación) siguió insistiendo, quería quebrar la formalidad de la situación, le preguntó si podía decirle el nombre de la señorita de los rollers (no quería saberlo, quería que ella fabricara celos). Vivian Ana, la mujer, no la empleada, le dijo firme que no podía brindarle ese tipo de información. Patricio desafiante, devolvió que era lo mismo, le podía preguntar personalmente a la chica en el avión.

Tenía cansancio mental, confesó: Nora Rita… Patricio le felicitó por su capacidad para recordar nombres, agregó una aguda observación: era fácil para ella recordar un nombre, si ella odiaba a la persona de alguna forma ¿Qué tenía que hacer para ella que lo odiara? Viviana le dijo suelta, sin reírse completamente, si se creía muy gracioso y acotó que si hacia esto con la primera mujer que se topaba en su viaje, con qué les iba a salir a las azafatas.

Cortó por lo sano. American Airlines invitaba a Patricio "Blondo" a continuar con los trámites pertinentes para tomar su vuelo. Antes de irse como Dios manda, le dijo que no lo podía llamar así (se derritió), era como si él le llamara “Rubia” con ganas. Viviana soltó: Volá de acá, llamo a los de seguridad (medio en serio, medio en joda).

No había entendido, no la estaba chamuyando, había hecho todo esto para distraerla, para que pasara un buen momento. Se había dado cuenta que ella no estaba bien, independiente de la pasajera que había atendido antes que él. Se hizo un silencio. Agarró su bolso de mano y se fue ¿Qué era, un dibujito animado? Era tierno y gracioso, no existe esa clase de hombre, en realidad, viaja en primera clase…

¿Qué tenia de él? Un recuerdo, nada más pasajero. Llegó a su casa hambrienta, prender la compu fue lo primero que hizo. Tenía que contactar a Patricio Langa, Blondo, Longo. Llamar a una persona de esa forma es una señal de enamoramiento. Podía averiguar más datos en la compañía pero era menos riesgoso buscarlo en Facebook: era vergonzoso buscarlo así.

Apareció London, su gato, era negro como el saco de pana de Patricio (Pato). No. Era una persona pública, tenía 4930 contactos. Estaba frita, nunca iba a poder hablar con él. Muy triste, tenía que pensar en otra cosa: el lunes a la 19:00hs volvía a su verdadero trabajo, volar con seguridad. Hoy era jueves, mañana tenía que retirar el uniforme por la tintorería.

Bienvenidos al vuelo 2815, Buenos Aires-New York, de American Airlines. Esperamos que disfruten volar con nosotros: Patricio Ariel Longo, era un pasajero, pudo comprobar que la atracción que tenía por él, no era pasajera. Sonrieron mutuamente, antes de saludarse con un apretón de manos, sus cabezas mutaron en tomates. Él tomó la palabra, dijo que se sentía en el aire.

Ella le respondió en voz baja que todavía no había despegado el avión y que no se olvidara de abrocharse el cinturón en el momento del despegue, esto era sólo el comienzo. Pato no perdió el tiempo, le dijo, también en voz baja, mirándola a los ojos, que le quedaba bárbaro el uniforme y si no era un poco corta la pollera. Trató de contenerse, recobró la compostura: ¡Qué pa… sajero!

Cuando llegó la hora de la cena, Viviana le preguntó a Patricio si deseaba una copa de vino de tomar (si pedía gaseosa, lo mataba). Pato aceptó como si fuese una invitación, pero en otra ocasión, no podía mezclar sedantes con alcohol (no soportaba volar). Pero se lo veía muy tranquilo. Volvió a la carga: le dijo que podían tomar una copa en la ciudad que ella eligiera, una tuviera que ir por trabajo. New York les pareció bien, no lo dijeron, pero estaba en el aire que no querían volver a separarse otra vez. Tenían 9 horas para conocerse, Patricio si la necesitaba a Viviana, sólo necesitaba apretar un botón luminoso.


miércoles, 6 de octubre de 2010

ROMPECABEZAS 3 (Patiné en el Central Park)

No estaba patinando, tenía la cabeza en otro lado: se aferraba a escenas de películas del Central Park, en vez de concentrar su atención en no llevarse nadie por delante, en el Central Park. No tenía técnica, pero tenía actitud. A gran velocidad entre árboles. El día estaba por perder el frío, era muy agradable. El parque era tan grande que parecía un laberinto sin paredes. Paradójicamente, se sentía libre encerrada en ese espacio verde, estaba desde la 8 de la mañana, casi era la hora del almuerzo. No podía irse. Estaba feliz.

Los patines, las razones materiales de su felicidad, no le habían salido caros. Hace dos años había pagado un precio razonable, sin embargo, esos pares de ruedas fueron los culpables que abonara exceso de equipaje. Ella le rogó a la chica del check-in de Americans Airlines, que la dejara llevar los patines a bordo: no quería pagar ni un peso más, después de lo que había pagado por el pasaje, la valija, la VISA (la maldita estampita para ingresar a Estados Unidos).

La mujer (era hermosa, más que ella, le dio bronca), le respondió, que de ninguna manera: no se puede ni fumar en los baños, ¿usted qué pretende, patinar en los pasillos? Bajo ninguna circunstancia puede llevarlos a bordo, si lo desea, puede dejarlos.

No le contestó, le enfermaba la cara que le ponía, esa expresión agresiva, venía de un pelo rubio y labios rojos perfectos. Se dijo a sí misma que seguro que era una histérica, era linda pero tenía los retraumas. Además estaba amargada por algo, ¡trabaja en una aerolínea pero no vuela!

Se rió por debajo con ganas, casi atropella a un señor obeso, el mismo le gritó: Watch out, Lady! Are you nuts?

Cómo la iba a tratar así, ella era una dama, se rió otra vez, pero maliciosamente. Si chocaba al gordo y ella le caía encima, ¿qué le molestaba? ¿Hace cuánto que no tenía contacto con una mujer linda? No podía parar de reírse. Clavó los rectángulos de hule de los talones, frenó en seco. El pavimento del parque más importante de New York, era impecable, parecía una alfombra de alquitrán.

Buscó el banco de plaza más cercano, eran enormes, no obstante, solo se iba a sentar en uno vacío. No podía creer el color del asiento, parecía pintado con marcador. Si en ese preciso instante, aparecía un jardinero de mantenimiento, trataría de abrazarlo. A 100 metros vio uno, estaba un poco lejos, no le interesó, además era viejo y pelado, ella joven y bella. El buen hombre iba a confundir sus verdaderas intenciones.

La estaba pasando bien pero tenía que poner sus energías en lo que había venido a hacer, más allá de unas merecidas vacaciones: se casaba en un año o no se casaba en dos años, ni en tres ni en cuatro. No era tan pesada la situación, corría (o patinaba) con ventaja. Su novio pensaba igual que ella, no era necesario un anillo de compromiso. La sinceridad de la palabra de ambos era una prueba contundente de su amor.

Se miró las muñecas, a pesar de sus 25 años (muy a su pesar) tenía manos de niña pequeña. La mayoría de sus dedos llevaban anillos, el más hermoso era uno plateado con forma de mariposa. Sonrió pausadamente, se acordó dónde lo había comprado: a miles de kilómetros, en la estación del Ferrocarril San Martín, un amigo la había asesorado, ¿qué habrá sido de la vida de él?

Tenía que pensar en su vida, Despegar.com era la empresa con la que más trabajaba, ellos la hicieron volar hasta ahí. Eran buenos los trabajos que tenía como Organizadora de Eventos. Pero quería algo más; ya estaba estudiando otra carrera. Vivía de un lado al otro, no paraba un segundo. Por otro lado, su novio estaba divido por la fábrica y su labor periodística, pero eran fijos los lugares donde trabajaba.

Se sacó el anillo de la mariposa, lo sostuvo en el aire, lo miró largo rato. Sin que la viera nadie, miró a través del orificio. A la distancia algo se movía: ¡una ardilla! Se irguió en sus patines con esfuerzo, comenzó la persecución. En su puño el anillo, aspiraba a mantener el equilibrio. Le faltaba el aire, iba a estar bien, hace dos, tres días que no fumaba, eran caros los cigarrillos en ese país.

La tierna criatura estaba en la base de un nudoso árbol, se estaba por subir a la copa. No iba a llegar a verla bien, podía llegar rápido pero iba a asustarla. En el camino, semillas como piedras sobre las ruedas, trastabilló. Se desplomó en el suelo. No fue tan duro el impacto, pudo apoyar las manos en el pasto, se le llenaron de tierra.

Estaba muy molesta, cara de cachorrito mojado pero no había nadie que se enterneciera con la situación, ¿a dónde fue a parar la mariposa (el anillo)? Salió volando. Estaba en el suelo en cuatro patas, comenzó a buscar con una esperanza destilada. Un hombre sucio sentado en las raíces de otro árbol, la observaba de arriba a abajo, le sonreía con dientes de alquitrán. Se incorporó como pudo, ahora estaba enojada como un perro bulldog. Reflexionó:

Es un monstruo pero tiene ojos claros. Si tuviese el pelo corto y se bañase tres veces por día, sería un buen partido. No olvidemos un cambio de look en la ropa ¿No se parece a Josh Hartnett? No puede ser ¿Cómo hago para sacarlo del país? ¡Nadie lo quiere! El animal es alcohólico, bebe ¡Qué niño más lindo! ¿Qué lo habrá llevado a la ruina? Una pena de amor, tiene el corazón roto.

Lágrimas en los ojos, unas líneas negras caían de su rostro. No quería pasar por lo mismo. Tenía que hablar con Daniel, con Dan, lo extrañaba. Se lastimaba cavilando, si él pensaba en Nora, Norita. Se sacó los patines y se quedó en medias fucsias. Se acercó al linyera buen mozo, le dio un pico, huyó.

ROMPECABEZAS 2 (Nueva temporada)

Para ella la mejor habitación de la vida era el cuarto de estudio. Era parecido a su habitación cuando vivía con su familia en la calle Mendoza. No sólo albergaba libros, haciendo un lado los módulos de biblioteca, estaba su ropa. Era tan impresionante la cantidad que tenía, que perfectamente podía colmar un local de la avenida Cabildo. Sin embargo, ella aseveraba, cada vez que llegaba la nueva temporada (otoño-invierno, primavera- verano): no tengo qué ponerme.

Eso era sólo el principio, a continuación, en atroz compulsión, mediante descuentos de los bancos más importantes, compraría remeras (un modelo en muchos colores), saquitos (un modelo en muchos colores), zapatos (un modelo en muchos colores), carteras, toreritas, tapados, jeans caros…

Estaba muy cansada, era viernes a la noche, al cine no podía ir, se iba dormir casi toda la película. Si pedía que le contaran lo que no entendía de la historia, su media naranja, se convertiría en un pomelo incomible y la haría callar. Ir a comer a fuera no quería, además del sueño que tenía, no quería gastar plata. No le quedaba otro programa, que corregir en la compu la nota de psicoanálisis para una revista de actualidad.

Cabeceó, se corrió el flequillo de la cara. Siguió tipiando. Sonó el teléfono, levantó el celular del escritorio: nada. Siguió sonando, ella con los dedos en el teclado, siguió soñando: llamaba un paciente para cambiar de día la sesión, excelente, podía dormir. La campanilla, la campanilla. Era el Otro teléfono, levantó el tubo. Era la Caja: patético, se había quedo en su casa (un PH básico en Palermo), ni siquiera había llamado a una amiga, ahora tenía que hablar con su compañía de seguros.

Un chico amable le informó de los nuevos servicios que brindaba la empresa. No podía decirle que no, iba tener que darle razones, preferiría darle golpes. Con una atención flotante, optó por unos de los ítems del final, de la larga lista. Cuando el joven reformuló la pregunta, si era eso lo que deseaba, ella se rió con muchas ganas: era un seguro contra todo riesgo aplicado a las prendas de vestir. Aquel hábil empleado, la persuadió que eligiera el servicio Premium: el que salía más guita.

Ayer había hecho una guardia hospitalaria, no era más residente, trabajaba en planta, le pagaban $900 pesos por los servicios prestados: un tapado en VITAMINA. Su novio le decía que las fibras de la ropa de esa marca tienen sustancias nutritivas. Cada vez que se ponía el jean de la arandela (son tan exquisitos los diseños que tendría que ser un arándano): le brillaba el pelo, los ojos, la piel la tenía más suave y sobre todas las cosas le cambiaba el humor.

Se quedó mal con la llamada, la peor pesadilla de la vida que le pasara algo a su ropa. Prendió un cigarrillo, en un mes iba a dejar de fumar o sea el año que viene. El año que viene iba volver a New York con Juan. Estaba ahorrando religiosamente todos los meses, con la plata que iba a gastar, en Buenos Aires podía comprarse una moto (las motos son peligrosas, la ropa también lo es). Lo que estaba pensando, lo veía en imágenes, se había quedado dormida.

Se despertó tosiendo, estaba en el medio de una nube, había fuego, ¡puto cigarrillo! ¡No! ¿Qué le iba decir a su novio (estaba de viaje en Colombia por trabajo, llegaba a las 12 de la noche)? No podía respirar, le faltaba el aire, era la primera vez en una década, que no estaba exagerando.

Esto lo tenía que resolver sola, hace 9 meses que había dejado de ir a la psicóloga. Ahora comprendía que fumar es perjudicial para la salud ¡Mi ropa! Trató de apagar la llama con el cubrecama, no fue una buena idea. También se prendió fuego. Agarró el control remoto, quería cerrar las persianas desesperadamente, si no se propagaría el incendio. Se prendió el ventilador de aire accidentalmente. Todo en un segundo. Agarró la compu, corrió afuera de la habitación. Llamó a los bomberos, nunca había llamado: en realidad sí, en una canción de salsa (Daniela Romo).

Llegaron los héroes con uniforme, se lamentó, ninguno tenía barba. Rompieron la puerta para entrar. Lloraba a cántaros Luz, se formaba un vacio incandescente en su interior ¿Quién podía entenderla? Uno sale al mundo cubierto de telas, nos miran con velos: la primera capa de nuestro yo, después viene la piel.

No quería entrar. Vio un tomo de Freud con el lomo quemado: psicopatología de la vida cotidiana. No todos los libros se habían salvado ¿Qué perdía? No hacía anotaciones al margen pero, ¿los subrayados de años? Eran cenizas ahora. El ropero era un después de la guerra, escombros negros suaves como el talco. Un accidente evitable se llevaba parte de su historia. No había colores, marrones y tonos de grises.

Estaba harta, buscó hacer algo automáticamente, chequeó los emails en el living comedor. Leyó en la pantalla: su banco le informaba de una operación reciente con La caja seguros ¿1000 pesos por mes? A todo esto, ella estaba sentada como una nena (blanca su ropa interior) en un sillón. Se rascó el busto, no tenía nada debajo de la remera. Los hombres de rojo, llenos de sudor, hicieron un largo silencio contemplativo.

Releyó el email de la Caja, miró el calendario de la compu. El lunes empezaba la nueva temporada. “No hay mal, que por bien no venga”. La caja seguros neutraliza los males de la caja de pandora. Pegó un grito en el cielo. Se acercó a los hombres, algunos estaban en cuero… Muy hot pero olían muy mal. Saludó a todos con un beso, abrazó al último, al más joven; sientió la carne del torso bien trabajado. El muchacho se prendió fuego. Ella no iba a pagar ese incendio y ninguno de los presentes podía darle tanto placer como le iba a dar La Caja: ¡30.000 pesos de póliza! ¡Temporada de primavera-verano sos mía! ¡Oh, Sí! ¡Toda mía!

lunes, 4 de octubre de 2010

ROMPECABEZAS 1 (Génesis).


Su almohada en el piso, la frazada lo tocaba, la sábana a los lados. Debía arrojarse a su cama ahora, no quería desvelarse. Estaba encerrado en el cuarto oscuro de la madrugada. Sin embargo, estaba conectado, en msn, en caralibro; tenía abierto el email (constantemente lo reactualizaba) y sin darse cuenta, respondía con unimembres, mensajes de texto en su celular.

La Web era para él, una Rave en un océano desagotado. Uno es parte de ese mar de gente, en ese delirio todos quieren tomar un micrófono, una cámara, un teclado. Transmitir un mensaje, una imagen, y los más osados: una idea. Y qué la mayor cantidad de personas nos lea, nos vea, nos entienda.

Él era del último grupo, el de los más osados, quería encontrar la manera de transmitir sus ideas. Por esa razón, se acostaba tarde sin éxito, y a la mañana siguiente consumía en el desayuno, bebidas energéticas. Había hecho un blog (literario), no era suficiente. Su arma era la escritura, debía explotar ese recurso.

Su prosa estaba en la Web: nosoyelfantasmaescritor.blogspot.com Literalmente, era un fantasma escritor, no tenía el cuerpo de uno, no era leído por desconocidos. Su historia era como “La historia sin fin”: no creen en Fantasía, Fantasía desaparecerá. Mejor pensar en un fantasma que escribe, que en un ser vivo que fantasea que escribe.

Enorme cantidad de gente aguardando afuera, conectada en la rave, esperando el próximo tema, entregando sus gloriosos clícks, para ponerse otra vez en movimiento. Y no podía gritar y saltar para que le prestaran atención, sólo recibiría respuestas sinceras de los vecinos pero ellos también podían ser sus lectores virtuales.

Se le partía la cabeza, su mente a 120 palabras por minuto, no podía ir a la cama: tristeza cruda, dormir sin sueños. Ya tenía sopor en la mirada, se le escapaban las ideas, lástima que no se le escapaban las buenas: atraparlas en fuga. Debía relacionar ideas opuestas, como último recurso, antes del café o el alcohol, no era adicto a ninguno de los dos. Mil piezas en su cabeza tratando de encajar:

“Armar rompecabezas con la gente de la rave del océano desagotado

Podía funcionar ese delirio. Salió de la habitación, no prendió ni una luz. Al llegar a la cocina, abrió la heladera, la claridad empujó a la penumbra. Tenía hambre pero no encontró nada. Bebió agua del pico y quedó en transe unos segundos, estaba mirando con anteojos su pensamiento.

No era complicada la idea. Iba escribir rompecabezas de mil palabras, relatos breves sobre la gente que conocía: cada persona mostraría su texto a sus contactos en la rave, éstos a su vez a los suyos, y dentro de ellos habría un ser humano que trabaje en los medios, él o ella, materializará al fantasma escritor.

Era ridículo permanecer en su casa, iba a usar personas como material en bruto de inspiración, por lo menos, debía cerrar la idea en un bar. Cubrió con un pantalón la parte de abajo de su pijama y se puso una campera aviadora, estaba en cuero. Llamó al ascensor. Debía bajar siete pisos, antes de llegar a planta baja no se le iba ocurrir nada ¿Por qué no se le podían conceder tres deseos a los protagonistas de los microrelatos? Su risa casi lo deja en el suelo, ¿qué sería él, un escritor genio? No podía ver el fondo de la cuestión, algo se le escapaba. Sí. El ejercicio de redacción apuntaba en el blanco de los deseos humanos.

Llegó a un bar, pidió un café y una bebida fuerte, vodka con hielo. Lo miró muy raro el señor que lo atendió. Su nombre era José, no era la primera vez que lo venía. Estaba casi vacío “Barcelona”, no era gente lo que estaba en las mesas: fantasmas pero de una clase distinta a la suya. Volvió a llamar al mozo y con la mejor educación que era capaz, le increpó si le gustaría leer una historia donde él fuese protagonista.

El mozo antes de responder, era prudente, le sugirió qué mejor tomara sólo el café, ya había bebido mucho alcohol ésta noche. Sonrió, esperó que se rieran juntos, no cumplió con sus expectativas. Juan Pablo lo miró muy seriamente y le pregunto ésta vez, si le gustaba que le sacaran fotos. Parecía una cargada, una palabra más y lo echaban del bar, irónico, en 15 minutos cerraban.

Empezó de vuelta. Disparó con cordura que él era un escritor, le iba a explicar lo del fantasma pero ya era demasiado, también iba a pensar que estaba drogado. Tenía que hablarle encima, eso es lo que hace un escritor: hablar seductoramente a personas que no pueden responderle. No tenía que dejarlo pensar hasta que terminara la idea. El mozo estaba por partirle la bandeja en la cabeza y ahorcarlo con una servilleta.

Estaba alterado José, hizo una pausa, le trajo la orden. Fue expuesto al mejor argumento, mientras servía el café: si a uno le sacan una foto y sale bien, la enseña a sus familiares, amigos. Con tristeza el mozo le preguntó si no tenía a nadie. Envuelto en una risa, Juan Pablo intentó de ser más claro: iba a escribir relatos de ficción; los personajes de esas historias serán personas reales y el material de las mismas, serán los deseos de cada uno. Cada texto será leído por sus conocidos (desconocidos) y se formará un árbol genealógico de lectores.

Asintió con la cabeza varias veces, parecía un sapo con la mueca que hacía. Le confesó que era la idea más original que había escuchado en su vida. Juan Pablo dijo gracias y se mandó, sin escala, el vodka de la mesa, habían dado la orden de cerrar. Entonces el buen mozo, no dudó en comentarle, antes que se retirara del boliche: antiguamente, un artista te pintaba a vos, te hacia un retrato; como todavía se hace ahora, cuando le pagan a un fotógrafo en una fiesta… Sí, José, escribir rompecabezas de mil palabras es una fiesta.

sábado, 2 de octubre de 2010

GANAS DE TESIS

Instalé un joum-ziater en el baño. No me importa si lo daña la humedad, no es por mucho tiempo, depende cuánto me lleve terminarla. Sin embargo, es espectacular tirar la cadena, justo cuando se hacen oír los tambores de una obertura: la música clásica, le da clase al cuarto de Mierda. Por otro lado, cuando tomo una ducha pongo de fondo Niu Eich: son melodías instrumentales, ruidos de río, de golpe… ¡Agua por todos lados! Siento como si me bañase más a fondo.

Estoy a mitad de camino de la TESIS, ningún problema. No voy a entrar en detalles, escribo sobre un tema sociocultural. La termino y me recibo. No creo que incluya en la introducción: “La obra a continuación fue realizada, casi íntegramente, cerca de un inodoro y un bidet”. Lástima que no estudio arte, podría alegar que estoy llevando la performans a otro nivel: al fondo a la derecha.

Dormir no es un problema, tengo un colchón inflable de terciopelo. Cuando me agarra sueño, soplo, soplo, soplo ¡Comodidad al instante! Usarlo aleja a la pereza (el pecado capital más practicado), una cama convencional, podes no hacerla, te tiras arriba igual, en cambio, si el bloujob no es satisfactorio, vas a dormir para el Orto.

Lo primero que resolví, fue cambiar la calidad del papel higiénico, no sólo lo uso para limpiarme: hago anotaciones. Se me complica cuando abrocho mis borradores, por más buena que sea la marca, se deshace fácilmente. Y si escribo algo que no me gusta, ¿saben por dónde me lo paso?. Un bloc de notas en rollos de 30 metros, ¡suave continuidad a mi pensamiento! Me fui a la Mierda.

El olor otro problema resuelto. Uso desodorante para autos. En casos extremos, si tengo que exorcizar las emanaciones sobrenaturales de un muerto, prendo un sahumerio. Olor a comida siempre hay, pido delivery ¿Qué pensaban que como? Nadie lo admite pero los propios olores son estimulantes. Pero el olor ajeno es un dolor. Sólo me cagan mis amigos. Novia no tengo, ¿para qué? ¿Para qué me cague? No me duran mucho, tengo un carácter de Mierda.

¿Les molesta el lenguaje que uso? Hay que tener en cuenta, que lo que les cuento, es lo peor de mí. Cuando uno va al sanitario, se separa del grupo de pares y/o familia porque debe deshacerse de su parte oscura: desea liberarse de la suciudad, suciedad; o necesita descargar sustancias indeseables; o quiere limpiarse, arreglarse la cara (algo tiene mal). En el baño nos escondemos para cumplir oscuros deseos.

¡El lenguaje que utilizo es el apropiado, Soretes! Nada de habladurías, si me piden argumentos, manos a la obra ¿Con qué herramientas creen que estoy construyendo la TESIS? Mi prosa tiene dos componentes: sagacidad y lucidez, juntos son sólidos como la Poxilina. Me hicieron calentar, ésta se las dejo pasar, mejor me doy una ducha fría.

No uso jabón, uso jabón en polvo, me baño vestido, sólo me saco los zapatos y las medias. Si tengo puesto un suéter, hago al revés, uso champú: me lavo la cabeza, sigo con la prenda. Es cierto que cada vez que lo hago, me bajo un 1/4 de envase pero la lana era el pelo de la oveja (soy coherente), además el aroma queda impregnado en las fibras: una experiencia mística, cuando te lo pones o te lo sacas, tu cabellera y el abrigo son uno.

Cuando me paso la esponja, no paro de reírme, soy como una esponja ¡No me canten Bob esponja! Los dibujos animados no escriben tesis de grado ¡Cuidado! La próxima te empujo, y te das la nuca con el lavado. Soy esponjoso porque absorbo todo lo que toco: libros, películas, revistas. Después con el agua de mi ingenio hago espuma: escribo artículos, un ensayo, un cuento. Poesía nunca escribí pero si en encuentro inspiración en éste lugar, puedo escribir cualquiera.

Tengo un problema y no lo puedo resolver. Hace 4 horas que cortaron el agua. Fue el garca del 9°V ¡Qué vea el daño que me hizo! Me siento en un desierto. Puedo poner música para distraerme... Así está mejor... La música se parece al agua, puede ser sólida, líquida, caótica. El agua una nada vital: no tiene sabor, no tiene olor y no tiene color pero hace posible la vida. La música no es una nada tiene todas esas cosas y hace soportable la vida ¡Miércoles, puedo ser poético! Estoy de mejor humor, les cuento, mi TESIS se llama:

“El influjo de la música en los estados de ánimo, durante prácticas académicas y/o intelectuales”. Aseguré todas las canillas, falseé dos, si no viene el plomero antes que den el agua, estoy en el horno !Ja! ¡Me equivoqué de habitación! ¿Dónde está mi salvador? Qué escuche mi súplica desde un colchón inflable, soy un pobre de espíritu (mentira). Quiero su bendición de la llave inglesa. El timbre, el canto de un ángel: Dios hecho hombre con valijita.