miércoles, 6 de octubre de 2010

ROMPECABEZAS 2 (Nueva temporada)

Para ella la mejor habitación de la vida era el cuarto de estudio. Era parecido a su habitación cuando vivía con su familia en la calle Mendoza. No sólo albergaba libros, haciendo un lado los módulos de biblioteca, estaba su ropa. Era tan impresionante la cantidad que tenía, que perfectamente podía colmar un local de la avenida Cabildo. Sin embargo, ella aseveraba, cada vez que llegaba la nueva temporada (otoño-invierno, primavera- verano): no tengo qué ponerme.

Eso era sólo el principio, a continuación, en atroz compulsión, mediante descuentos de los bancos más importantes, compraría remeras (un modelo en muchos colores), saquitos (un modelo en muchos colores), zapatos (un modelo en muchos colores), carteras, toreritas, tapados, jeans caros…

Estaba muy cansada, era viernes a la noche, al cine no podía ir, se iba dormir casi toda la película. Si pedía que le contaran lo que no entendía de la historia, su media naranja, se convertiría en un pomelo incomible y la haría callar. Ir a comer a fuera no quería, además del sueño que tenía, no quería gastar plata. No le quedaba otro programa, que corregir en la compu la nota de psicoanálisis para una revista de actualidad.

Cabeceó, se corrió el flequillo de la cara. Siguió tipiando. Sonó el teléfono, levantó el celular del escritorio: nada. Siguió sonando, ella con los dedos en el teclado, siguió soñando: llamaba un paciente para cambiar de día la sesión, excelente, podía dormir. La campanilla, la campanilla. Era el Otro teléfono, levantó el tubo. Era la Caja: patético, se había quedo en su casa (un PH básico en Palermo), ni siquiera había llamado a una amiga, ahora tenía que hablar con su compañía de seguros.

Un chico amable le informó de los nuevos servicios que brindaba la empresa. No podía decirle que no, iba tener que darle razones, preferiría darle golpes. Con una atención flotante, optó por unos de los ítems del final, de la larga lista. Cuando el joven reformuló la pregunta, si era eso lo que deseaba, ella se rió con muchas ganas: era un seguro contra todo riesgo aplicado a las prendas de vestir. Aquel hábil empleado, la persuadió que eligiera el servicio Premium: el que salía más guita.

Ayer había hecho una guardia hospitalaria, no era más residente, trabajaba en planta, le pagaban $900 pesos por los servicios prestados: un tapado en VITAMINA. Su novio le decía que las fibras de la ropa de esa marca tienen sustancias nutritivas. Cada vez que se ponía el jean de la arandela (son tan exquisitos los diseños que tendría que ser un arándano): le brillaba el pelo, los ojos, la piel la tenía más suave y sobre todas las cosas le cambiaba el humor.

Se quedó mal con la llamada, la peor pesadilla de la vida que le pasara algo a su ropa. Prendió un cigarrillo, en un mes iba a dejar de fumar o sea el año que viene. El año que viene iba volver a New York con Juan. Estaba ahorrando religiosamente todos los meses, con la plata que iba a gastar, en Buenos Aires podía comprarse una moto (las motos son peligrosas, la ropa también lo es). Lo que estaba pensando, lo veía en imágenes, se había quedado dormida.

Se despertó tosiendo, estaba en el medio de una nube, había fuego, ¡puto cigarrillo! ¡No! ¿Qué le iba decir a su novio (estaba de viaje en Colombia por trabajo, llegaba a las 12 de la noche)? No podía respirar, le faltaba el aire, era la primera vez en una década, que no estaba exagerando.

Esto lo tenía que resolver sola, hace 9 meses que había dejado de ir a la psicóloga. Ahora comprendía que fumar es perjudicial para la salud ¡Mi ropa! Trató de apagar la llama con el cubrecama, no fue una buena idea. También se prendió fuego. Agarró el control remoto, quería cerrar las persianas desesperadamente, si no se propagaría el incendio. Se prendió el ventilador de aire accidentalmente. Todo en un segundo. Agarró la compu, corrió afuera de la habitación. Llamó a los bomberos, nunca había llamado: en realidad sí, en una canción de salsa (Daniela Romo).

Llegaron los héroes con uniforme, se lamentó, ninguno tenía barba. Rompieron la puerta para entrar. Lloraba a cántaros Luz, se formaba un vacio incandescente en su interior ¿Quién podía entenderla? Uno sale al mundo cubierto de telas, nos miran con velos: la primera capa de nuestro yo, después viene la piel.

No quería entrar. Vio un tomo de Freud con el lomo quemado: psicopatología de la vida cotidiana. No todos los libros se habían salvado ¿Qué perdía? No hacía anotaciones al margen pero, ¿los subrayados de años? Eran cenizas ahora. El ropero era un después de la guerra, escombros negros suaves como el talco. Un accidente evitable se llevaba parte de su historia. No había colores, marrones y tonos de grises.

Estaba harta, buscó hacer algo automáticamente, chequeó los emails en el living comedor. Leyó en la pantalla: su banco le informaba de una operación reciente con La caja seguros ¿1000 pesos por mes? A todo esto, ella estaba sentada como una nena (blanca su ropa interior) en un sillón. Se rascó el busto, no tenía nada debajo de la remera. Los hombres de rojo, llenos de sudor, hicieron un largo silencio contemplativo.

Releyó el email de la Caja, miró el calendario de la compu. El lunes empezaba la nueva temporada. “No hay mal, que por bien no venga”. La caja seguros neutraliza los males de la caja de pandora. Pegó un grito en el cielo. Se acercó a los hombres, algunos estaban en cuero… Muy hot pero olían muy mal. Saludó a todos con un beso, abrazó al último, al más joven; sientió la carne del torso bien trabajado. El muchacho se prendió fuego. Ella no iba a pagar ese incendio y ninguno de los presentes podía darle tanto placer como le iba a dar La Caja: ¡30.000 pesos de póliza! ¡Temporada de primavera-verano sos mía! ¡Oh, Sí! ¡Toda mía!

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