jueves, 22 de julio de 2010
De la escritura
lunes, 12 de julio de 2010
S u n n e s s (capítulo IV)
No estaba Juan Pablo: fue por su cuenta a buscar el microondas, le quedaba de paso. Tuvo que arreglárselas solo. Quería hablar con él, lo del celular era una excusa, a alguien quería contarle lo del diario pero era más importante hablar sobre su nueva fe. Había un límite, ¿iba a hablarle al cadete del delirio que tenia con el Sol? Él era mejor que cualquiera que esos imbéciles.
__ Cualquier religión que uno adopte seriamente, tiene mucho de locura, ¿qué es, si no, contar con una certeza absoluta? – Reflexionaba Augusto. De repente se había percatado que había formulado la pregunta. En ese instante, golpes pausados detrás de la puerta, tal vez lo habían escuchado pensar en voz alta, pensaron que estaba acompañado. Era Carlos A., le quería avisar que la gente de
Se quería ir, podía, era el dueño, ¿también era dueño de sí mismo? Solo tenía que balbucear una frase a Tomas, que supiese donde podía ubicarlo, si lo necesitaba. Si no, ¿a qué hora iba terminar su día? Más o menos a las siete de la tarde. La gente entra, sale, se lleva, se prueba; se siente importante con su nueva adquisición. Saco el volante debajo del folleto, lo miro, lo dio vuelta, estaba en blanco el reverso, lo dejó en el borde de la mesa.
No le encontraba sentido vender la piel de esos enormes animales que tiempo atrás pastaban en inmensas praderas, solo se quedaba con la parte de afuera.
Tenía que irse pero sin que nadie supiera sus verdaderas intenciones, era incandescente la necesidad de ausentarse, no sabía con exactitud por cuánto tiempo pero era cuestión de vida o muerte. Muerte o contradicción. Muerte o contradicción: había escuchado muchas veces.
Pidió que le trajeran el inalámbrico. Roberto Penso. Hablar con Robert Penso. No tenía valor para expresar lo que le pasaba, además recordó que hablar a la distancia con un tubo, era el desafío mas grande que uno podía enfrenta en el manejo de un idioma. Miro para abajo, un papel en el piso, se agacho; antes de agarrarlo, tomo los cordones, si no los ataba podía provocarse un accidente, si eran graves las lesiones, tendría que abandonar éste lugar en una ambulancia. Le quito la mugre adherida a uno de sus extremos, acomodó las agujetas de su calzado, no era de cuero, prefería usar tenis, más allá de una excelente performance, eran muchos más atractivos que esa piel parda y rapada.
No le estaba dando a la gente más que superficies resistentes con que cubrirse la piel, otra superficie: una de las primeras tareas de los seres humanos en la agenda de supervivencia ¿Qué otras cosas más interesantes hacíamos desde el principios de los tiempos?
Carlos A. le trajo el aparato, le comento que tenía poca batería. No le quiso decir donde lo había encontrado. Estaba al lado de la planta nueva. Le espeto exasperado que las ondas de las comunicaciones pueden dañarla. Tal vez la planta hizo una llamada de larga distancia, ¿alguna vez vio una, en un jardín local? Augusto antes de continuar con la tsunami de su sarcasmo, concluir sus explicaciones, y sin dar lugar a que Carlos A. expusiera las suyas, le dio la orden con su cabeza que se retirara inmediatamente. Un bollo de papel en la mano con ira.
Lo desplego arriba del escritorio, hizo un lado papeles encarpetados importantes; había arrugas en los cantos de las carpetas de cartulina, estaba indignado que esos pliegues color crema, solo cumplan la función de contener, tendrían que estar en un kínder soportando la violenta creatividad de un niño. Delivery. Sándwiches para llevar. Un volante de comida en el piso. Adelante, en la parte visible del local, los empleados y los clientes, le sacaban el cuero.
Estaba acelerado, tanto como esa araña mecánica que tenía sobre su cabeza, podía ver a través de sus aspas, efectivamente había aire alrededor, a pesar que su oficina la sentía como una cueva, podía escribir en las paredes, sí fuese una. No tenía con qué, sólo tenía una birome Cross: era mayor el grado de insania hacer trazos con esas delgadas columnas de tinta fina, en los tabiques de yeso, que la producción grafica en sí, de un adulto fuera de sí. Además esas palabras escritas no serían parte del legado su generación, ese edificio será demolido en menos de 27 años o simplemente remodelado el año que viene: lijas, enduido y pintura anularían sus pensamientos.
El sobretodo lo tenía puesto todavía, menos mal que en el cuarto que se encontraba no estaba encendida la estufa, caso contrario, sudaría como pollo frito. Se lo saco de inmediato, sin importarle en lo más mínimo los exigentes cuidados que requería, cada vez que lo llevaba a la tintorería, quedo tirado como una bolsa de consorcio sobre la silla. Extrajo los pedazos de su celular, todo el conjunto fue depositado arriba del folleto a todo color, ¿qué podía hacer con eso? Abrirlo e inhalar su aroma a nuevo ¿Que diría la gente de la Rural? Era atroz el desinterés que tenía en mantener relacionarse con ellos. Se quedo pensando, toco la pared, tenía una fina capa de polvo. Después, violentos movi-mientos. En un espasmo pateo la canasta de aluminio que tenía como cesto; había basura seca en ella, la volvió a meter con la mano.
Después de meter todo, agarró un bollo de papel de adentro: creo que sabía lo que era; se cortó con sus propias uñas, se movía muy rápido pero primitivamente. Otro volante igual al anterior. No era complicada la situación, tenía un gran vacío adentro, ¿por qué no iba por comida? Era una señal. Siempre hay motivos para comer: el ser humano antes de recurrir a las drogas, se desquita con los alimentos. El nunca podría llegar a odiarlos. Plegó en cuatro el papel y lo introdujo en el bolsillo trasero de su pantalón.
El otro papel lo dejo quieto en el escritorio, tuvo un trato estrafalario para con este, era como si quisiese dejarlo descansar. Corrió la velocidad del ventilador a cero,
Abrió la puerta, la dejó abierta, ese lugar era una cueva. No había circulación, en cambio en los departamentos hay puerta de servicio y puerta principal, uno puede entrar y salir por lugares diferentes, en cambio en el local, solo podía entrar por esa puerta y salir por donde había entrado.
Carlos A. interrumpió su desfile mental increpándole sobre el folleto:
__ Está bien. Confirmales. Pero que esta vez nuestro puesto no esté cerca de la entrada. Es la Rural. Nos conviene estar cerca de puestos de comida, siempre hay gente; mientras pican algo, pueden apreciar el mejo local de cuero del país –fue pertinente la manera de responder de Augusto, parecía que tenía un actor escondido en su interior, atento como un cirujano para cualquier intervención–. Ubicalo a Juan Pablo al Celular, que se apure, tiene mucho para hacer en el depósito. No te olvides, que mire mi teléfono, está en el escritorio. Salgo, vuelvo en un rato, cualquier cosa, le preguntan a Tomas, estuvimos hablando bastante ayer, está todo cocinado –dio un énfasis sobrenatural a “cocinado”, su última palabra anunciaba su libertad condicional. Volvió sobre sus pasos, movió la puerta con el hombro, entornada estaba, cogió el maletín, fue directo por los anteojos de sol.
S u n n e s s (capítulo III)
Estaba en el número cero de la calle Florida, era tan artificial sin gente y tan perjudicial con mucha. Habían baldeado la peatonal: le venía una imagen a la cabeza. Por la noche un glaciar arrasaba con la muchedumbre y dejaba huellas frescas.
Se había cansado de cavilar, de rumiar una y otra vez sus pensamientos desde el desayuno, necesitaba comunicarse con cualquier desconocido, ya quería zambullirse en la rutina. Estaba dispuesto a estableces una conversación en un kiosco de 25 horas, a pesar que él los considerabas una plaga, sin embargo, estaba de acuerdo tienen lo que queremos comprar y lo que no, los mejores productos al peor precio. Tienen heladeras espaciosas, perfectamente iluminadas. Sacó una bebida energética del frío, eligió una plateada y con letras violáceas, se dejó llevar por la fila de latas más pulcra. Había dormido bastantes horas y había sido buena la calidad de las mismas, ¿por qué iba a ingerir cafeína sin café?
__ Buen día, ¿Cuánto es? – Se puso nervioso, no podía sacar la plata de la billetera.
__ Son seis cincuenta, capo – Su manera de hablar estaba sostenida por la música de la radio, cantaba por debajo y atendía, parecía un ventrílocuo sin gracia.
__ ¿Tiene cambio? – Le dijo, directamente, como impartiendo una orden.
__ No me mate, ¿Cuánto tenes? Tengo que esperar a que venga el otro chico.
__ 20 – Respondió como si en la transacción él fuese el vendedor y el billete el objeto del intercambio.
El quiosquero devolvió con soltura y cursi altivez que tenía pocas monedas, que son muy valiosas. Roberto, su amigo, el lunes pasado había compartido una reflexión al respecto: “Las personas pobres tienen más monedas que las personas ricas (y lo que queda de la clase media). Durante toda la historia de la humanidad, menos unos par de meses atrás, era al revés.
Ahora lo mas pobres son los que más piden, mas monedas tienen. Las monedas es dinero en metal. Tienen mucho dinero pero son pobres". Justificó su juego de palabras de mal gusto porque la próxima vez que viéramos a un chico de la calle, lo pensaríamos dos veces, él estaba a favor de la limosna pero: es voluntaria y no hay que dar siempre lo mismo. El decía que la cantidad era determinada en un abrir y cerrar de ojos por la sinceridad del grado de desesperación.
No entendió, estaba afuera del kiosco, había pagado y contado el vuelto, ¿pero cuándo? No guardó las monedas, las estaba calentando en su puño. Palpó con la otra mano, estaba sana y salva la billetera.
Momentáneamente dejó las de diez en el bolsillo de la camisa. En un acto repentino de curiosidad sacó la billetera, la sostuvo con las dos manos e inhaló el cuero. Le llamó la atención la similitud que tiene con el olor del dinero, metió su nariz en la abertura más grande: antes de asumir cualquier culpa o responsabilidad, relacionó que la primera vez que olemos ese papel liviano y resistente, éramos niños, nada sabíamos de los gérmenes que transporta ni la obsesión que genera tener mucho, eran para nosotros golosinas o un juguete.
Tenía que haber comprado yapas, nunca se iba conforme del kiosco. Caminaba ágilmente; abrió la lata y bebió un sorbo; en el portafolio cayó espuma, no era como la espuma marina, era una mancha pegajosa de gaseosa.
Llegando al trabajo, vio el carrito de café a dos o tres locales antes del suyo. Entraba en la dimensión conocida. Le intereso saber cómo iba la venta, quería averiguar cuanta gente había dando vueltas a esas horas.
Capaz sí le compraba uno, tenía derecho a saber esto y otras cosas, mientras lograba conectarse con los quehaceres de todos los días.
__ Hola. Uno chico, por favor – fue breve y amable.
__ Seguro, no se habla más –el termo estaba depresivamente gastado, la gamas de verde eran islas confusas en el metal.
__ ¿Qué marca es el café? – Simplemente, saco un tema de conversación a la luz.
__ ¿Me lo pregunta en serio? Si le digo le miento –no estaba comunicándose el buen hombre, inhalaba y exhalada y declamaba frases hechas.
__ ¿Prepara usted el café? –No colaboraba, ¿que estaba esperando?
__ Sí. Son transparentes las bolsas que me dan, no se que marca, che...
__ ¿Dónde lo hace? – Contundente, le dijo.
__ Es un mercadito chino cerca de la plaza, son muy amables conmigo.
Puedo dejar mis cosas, ¿sabe todo lo que tengo que cargar para hacer un viaje completo? Jefe, hago Florida de punta a punta.
__ ¿Sabe que mucha gente disfruta mucho tomarse un café en el medio de la calle cuando es temprano y hace frío, cuando uno está yendo de un lugar a otro sin parar? Además el café que usted prepara es muy bueno – dijo esto posteriormente al tocar sus labios el vasito de telgopor.
__ Sí. El secreto está en el azúcar, ¿se dió cuenta? Yo lo preparo así, es buenísimo, eso que no Son granos de café de verdad – era horrible que dijera eso, podría haber dicho que no es de filtro. Suena el celular del señor de los cafecitos: su modelo era superior a los pedazos que él tenía como teléfono portátil.
Además, no podía tolerar ser interrumpido por una persona ajena a la conversación que no se encontrara físicamente presente, esto no era una gota que derramaba el vaso, si no, lo llenaba completamente.
Él, en particular, estaba en desacuerdo con este maravilloso avance de la tecnología, ese pequeño objeto por razones de trabajo se ha vuelto imprescindible: tener un celular es atentar contra el derecho de la soledad o la intimidad, que es casi lo mismo.
__ Después lo veo, qué tenga buen día, ¿con quién habla? – quería saber el nombre propio del impertinente.
__ M’ hija, gracias, gracias, nos vemos, nos vemos, chau, chau...
Le entrego un billete de dos pesos y una moneda. No tuvo que hacerle más preguntas, al costado del carrito el precio era un cartel escrito con birome muchas veces. No entendió por que el hombre para hacerse entender repitió palabras y frases varias veces. No estaba haciendo un buen razonamiento, se había quedado caliente por la situación y su café ya estaba frío; ya no quería beberlo, tomar algo por tomar que no necesitaba, su cuerpo estaba saturado de cafeína, era una tortura.
Siguió la corriente de la avenida peatonal Florida. Se podía divisar a ambos lados, los puestos de artesanías desplegándose. No solo había artesanías, también productos útiles y no tanto, de todo por dos pesos pero por más dinero.
Apareció. Llegó el dueño. Estaba Él. Todos girando a su alrededor. Iba a esperar que lo saludaran, no todos decían su nombre al hacerlo. El primero que lo saludaba era inmediatamente copiado por el resto: un coro de voces que no cantaba, encantaban sin poesía: vendían, intercambiaban cuero vacuno por papel moneda o plástico y firmas.
Lo peor que podían hacer cuando entraba al negocio era abordarlo con una queja:
__ Juan Pablo no llegó, éste pibe... -¿Qué? ¿Debía completar las frases de las personas que tenía a cargo? ¿No les alcanza con el sueldo?
__ Hay café –dijo Tomás.
__ No gracias, bebí suficiente por hoy, más tarde quizás quiera; me lo caliento, ¿a qué hora viene el microondas? - Redondeando un gesto de agradecimiento respondió Augusto.
__ Eso quería comentarle, el tema del microondas– Tomás mientras hablaba no podía evitar enmarañarse los cabellos. Tenía el pelo asombrosamente limpio, reflejaba intensamente la luz, a pesar de su aspecto formal desprolijo
__ ¿Bastante caro el arreglo, no? ¿Más de 100?
__ 160.
__ ¡Epa! Bueno, con la próxima prenda que sale, lo recuperamos. Bajo pena de muerte se abre la caja chica. Señores hay que ofrecer combos, combos, no hagan el chiste fácil, que no estoy de humor. Las camperas son difíciles de vender, te compras una y te dura para toda la vida. Vendan cosas chicas, presten atención, un elegante cinturón con una atractiva billetera, ofrezcan una billetera más chica de la que se llevaría el cliente, puede reaccionar que quiera algo mejor para sí mismo. Estén atentos. Además no tiene que ser muy grande, sí paga en efectivo, va a sentir vacia la billetera nueva. Hablé demasiado, todo para que podamos calentar alegremente la comida al mediodía.
Él no vendía, él daba órdenes, su trabajo era permanecer en ese sitio y tomar decisiones. Lamentó no tener el vicio del cigarrillo, no tenía la excusa de ir a fumar uno afuera, ¿por qué que se quería ir?, acaba de llegar. Menos mal que a nadie se le ocurría prenderse uno en el local: el sacrificio de una virgen no aplacaría su ira divina.
Lo que vende el “cuero” es el olor suspendido en el aire y una legión de vendedores políglotas que persuaden a los transeúntes que lo que tienen para ofrecer es lo que dicen que es. El cuero tiene propiedades especiales, no hace falta enunciarlas, que el cliente participe.
Arriba del mostrador, había una maceta. Una planta carnívora comprada hace dos días, la había colocado al lado de la caja. Quería que un cliente astuto, cazara la alusión... No era ésta “La tiendita del horror”. Sin embargo, hilando fino, al punto tajarse las yemas de los dedos, lo que colgaba de las perchas y percheros era propiedad de animales muertos, despellejados y descuartizados. La gran mayoría de los compradores eran extranjeros: de aquí, seguramente aterrizarían en una parrilla, para continuar ensañándose con el enorme animal de ojos tiernos, más tierno que su bife de lomo.
Un clic: relámpagos blancos de tubos de neón en una habitación vacía. Puso velocidad tres en el ventilador. Su despacho, escritorio y papeles; papeles en el tacho, papeles encarpetados, volantes de comida. Iba a ocupar el espacio arriba de la silla, se quedó parado como si estuviera esperando que alguien llegara, ocupara el sitio y le dijera muy cortésmente que podía regresar a su casa. No tenía un espejo cerca, quería ver su cara, qué expresiones lo poseían. En realidad, es de mal gusto tener un espejo en un lugar que no sea el baño, en algún momento del día sale a la luz nuestra verdadera cara: terrible saber que los otros ven la misma miseria que nosotros vemos. Había pasado una hora reloj desde que había llegado al negocio.
Podía estar sin mover un dedo durante todo el día, lo mismo ganaba dinero; su presencia ponía en funcionamiento su medio de subsistencia. Vendía mercancías, eso pagaba sus cuentas, sus vicios: tenía un abastecimiento ilimitado de Pepsi cola, soñaba con el día que diseñaran el dispenser hogareño de la gaseosa de la nueva generación.
Era un comerciante pero no vendía cualquier cosa. El cuero es un material noble, eso decía a sí mismo, siempre que tenía que contar a qué se dedicaba. Experimentaba la relajación de un spa, cuando escuchaba a cualquier persona que adquiría una prenda de ese material, no importaba que perteneciera a su local, decir cosas como: “Es bueno en serio, es de cuero”.
Tocaron a la puerta, Tomás, no podía ser otro. Le dijo que estaba solucionado, lo del microondas, mientras charlaban, Augusto abrió con dificultad el cajón principal, el escritorio avanzó y retrocedió en dos tiempos. Metía muchas cosas en los cajones, esperaba encontrar algo que no estaba buscando, que un objeto interesante. Unos anteojos de Sol. Estaban en una bolsa de tela sintética, alucinantemente suave. Lo sacó de adentro, sin prestar mucha atención a lo que hacía; le ordenó que no mandara a Juan Pablo por el aparato, antes tenía que hacerle un favor. Tomás disipó la sonrisa que acudió a sus labios, sus cejas se arquearon, luego éstas también fueron disciplinadas:
__ ¿Qué le pasó a su celular? – Con perfil alto finalmente le dijo al dueño. No esperaba una respuesta audible, después de todo él era el encargado, podía tomarse en ese tipo de atribuciones.
__ Llamalo por favor, que venga Juan Pablo – Podría justificar los siniestros que sufría su teléfono pero en este momento le resultaba más fácil justificar su existencia.
lunes, 5 de julio de 2010
Cómo hablar con extraños (Introducción)
sábado, 3 de julio de 2010
S u n n e s s (capítulo II)
Tenía que tomar la “D” todos los días, casi todos los días, el sábado no, hoy no era sábado. El subte sin gente en un sentido le resultaba un fantástico medio de transporte, en menos de media hora, en el centro de la ciudad; en otro sentido le resultaba tan fantástico como aterrador. Tiene ventanas pero no se puede mirar a través de ellas, pasamos a gran velocidad en una oscuridad que parece absoluta, tremendo el contraste entre los resplandeciente tubos de neón y el afuera, ¿afuera? Estamos debajo de la tierra.
Tenía el Subtepass cargado con suficiente dinero para terminar la semana. Pasó el molinete sin tocar esas ubres de acero inoxidable; siempre ese ruido seco y brutal, como si clavaran algo o le disparan a alguien. Corrió por la escalera mecánica, deslizándose por las barandas continuas; por lo general la gente no se corre, queda petrificada hasta llegar abajo. Espera. Espera que venga el próximo. Mira al túnel, pisando esas placas metálicas amarillas; son el límite, tienen semiesferas, caminar sobre ellas con calzado fino produce masajes.
Anhelaba divisar la mínima lumbre de una linterna. No estaba seguro que se movía, que se acercaba a nosotros. Eran muchos ellos, estaba por llegar. La sirena es redundante, nos damos cuenta cuando aparece su intempestuosidad. Parece que viene de la nada, sale de la pared. No le resultaba agradable en lo más mínimo pensar que este medio de transporte previsible -en el mejor de los casos, que no son muchos- le entregara una experiencia arancelada de irrealidad.
Iba llegar a tiempo al negocio, lo demás no importaba, eran productos de su mente ociosa, lástima que no podía venderlos.
Suena la alarma, las puertas se abren. Da saltos, no corre, busca vagones vacios, llega. Detrás de su espalda se unen de un golpe los hules de las compuertas. La satisfacción de haber llegado a tiempo, no era un pensamiento, estaba en su cara. Nadie le cedería el asiento, no estaba embarazado pero deseaba profundamente dar a luz qué relación tenía con el centro de la galaxia.
__ ¿Viste lo que dice acá? – irrumpió el viandante número 1.
__ ¿Qué cosa? - respondió el viandante número 2.
__ Es una nota sobre el Sol - número 1 se esforzó en darle a sus palabras una entonación que pusiera en evidencia el interés en sí mismo del que gozaba la noticia.
__ ¿Qué pasa con el Sol? – devolvió a su compañero, número 2 no lo había escuchado.
__ ¿Qué onda? ¿Qué pasa? ¿Qué te pasa a vos? - 1 se hartó de la ansiedad indiferente que tenía Dos. Estaba medianamente ofendido.
__ Nada, siempre llego tarde... - 2 estaba doblemente arrepentido, por contestar así y no cumplir con sus responsabilidades.
__ No es mi culpa, no paran de decirte que salgas antes, tenés tiempo, ¿a qué ahora salís de la facu? No importa. Te estaba diciendo... ¿Qué te estaba por decir? Ah, unos tipos de no sé qué universidad de Estados Unidos, dijeron que el Sol no tiene manchas solares hace una bocha de tiempo. Qué está bien limpito el Sol, es homogénea toda la superficie.
__ Estaría bueno ver una foto, ¿qué pusieron? – cambió actitud de 2, impulsivamente trató de quitarle el diario a 1. Lo miró mal, no se lo permitió.
__ A ver... Sólo hay grafiquitos, uno se lo tiene que imaginar...
El sujeto sentado casi al final del vagón, al lado de una de las puertas, sacó de un bolsillo las partes de un celular, estaba más que perturbado, en algo tenía que ocupar su atención.
No podía ser que por pura casualidad unos desconocidos le sugirieran que imagine al Sol en las condiciones que actualmente se encontraba: poner en imágenes el Sol.
Convengamos que uno no puede acercarse demasiado o mirarlo fijamente. Hay un libro de un tipo que mira fijamente al Sol y pierde el sentido de la vista. Tiene sentido, sí uno lee “El diluvio” de J.M. G. Le Clézio. El Sol siempre será el elemento en boga en los dibujos de los infantes. Le dibujan generalmente una sonrisa. Su representación gráfica es un elipsoide. Le hacen flecos de distintos colores; a veces usan lana, con buenos resultados, sí son prolijos.
Presten atención en los recuerdos de los dibujos de aquella época, mejor si tienen la oportunidad de ver dibujos de niños vivos. La superficie del Sol es sorprendentemente homogénea; literalmente pulida, sí está hecha con lápiz.
Hace más de 9 años llegó a sus manos, en una de las tantas mudanzas, un psicodiagnóstico que le hicieron a la tierna edad de 4 años y medio. Cuando uno cambia de casa – usualmente, así nos referimos al lugar donde vivimos; nunca vivío en una- encuentra objetos que no sabíamos que habíamos perdido: súbitamente sentimos la falta que nos hace, arremete un orificio. Y somos violentamente arrastrados contra esos años tibios y ergonómicos. Los recuerdos pasan del estado gaseoso al sólido. Entre la batería de test psicológicos, le llamó la atención la interpretación de una de las psicólogas -lo evaluaron varios profesionales, no todos realmente lo eran- sobre un sueño dónde el Sol estaba presente, en realidad, era coprotagonista.
La maldita psicóloga lo relacionó con el principio de la humanidad.
No sé qué libros consumía en ese tiempo o las sustancias que incorporaba a su organismo sin leer lo que eran, a la hora de redactar el documento. No es relevante cuál opción era la correcta: eran muy fuertes. ¿Y sí la psicoanalista estaba en lo cierto?
No estaba completamente seguro qué repercusión había tenido el hecho que siendo un niño le perturbara el devenir de la humanidad ¿Qué tan grave debe ser su participación en la Historia? Los grandes destinos aplastan al ser humano. No. No quiere. No quiere quedarse quieto, ser un objeto inanimado, decorativo. Estaba traicionando a la biología, a sus células, ellas no cesan nunca de trabajar. Su piel, esa capa delgada de sí mismo, está muerta; no quiere tener también otra superficie muerta adentro suyo. Debo moverse en un sentido con todos sus sentidos ¿Por qué vivir así, tiene sentido? Necesita juzgar sus actos en todo momento y en todo lugar. Debe asirse, sostenerse de algo, algo que no se mueva. No hay nada en el mundo que no pueda ser cuestionado: la gravedad es suficiente grave ¿Que produce la gravedad? El Sol establece la ubicación de la materia en el Espacio. El Sol es inmaculado... Dios no se compara con el Sol. Que Él sea mi dios:
“Mi Dios es una masa, es una masa inconmensurable de gas incandescente”.
Tenía que frenar un poco, era mucho para una sola persona soportar semejante revelación, ¿con qué se podría distraer? ¿Qué tenía alrededor? La cara de la gente sentada. Una y otra vez, cuando se detenían en una estación, se repetía la situación: las personas entradas en años y en carnes, una vez que ingresaban al vagón, se quedan a milímetros de las puertas y quedaban varadas como reses. Sonaba la sirena y estos obstáculos de cebo, casi dejaban afuera las personas más ágiles: tenía ganas de derribarlas y despejar el pasillo.
__ ¡Estación terminal, deberán descender todos los pasajeros de la formación! ¡Estación terminal, deberán descender todos los pasajeros de la formación!
No se dio por aludido. Le sonaba mal, ¿estación terminal con qué se relaciona? Enfermedad terminal. Los asientos quedaron despersonalizados, parecían nuevos, parecían moldes de formas humanas en serie.
Tuvo un segundo de conexión, atinó a infiltrarse en la puerta de la izquierda. Se agarró fuerte del caño inoxidable, pivoteó casi 90 grados, desesperado por una salida. Fue interceptada su huida. Perdió estabilidad, quedó atrapado por el subte, se imaginó la posición que había adoptado su cuerpo parecía que tuviese puesto un patético mameluco, en vez del estilo de ropa que solía usar. Era dueño de un local de prendas de cuero.
Fue en la nuca, tuvo otra revelación: “El Sol cura mis cueros”. Este pensamiento lo secuestró en el andén de Catedral, otra vez se había quedado solo, un desierto la plataforma. Siguió de largo, dijo no a la escalera mecánica, quería emerger a la superficie por sus propios medios, podía lidiar con escalones de cemento. Se recordó a sí mismo que la gente que no le gusta hacer las cosas por sí mismas es superficial, no conoce la luz del Sol.
¿Dónde están los locales de Facebook?
Continuará…
R a i n a (Capítulo I)
“De la inmensidad celeste cae agua, gotas más pequeñas que las lágrimas pero agradables como una caricia”.
Continuará…
S u n n e s s (capítulo I)
“… En los primeros cuatro meses del 2009, la superficie solar comenzó a lucir cada vez más limpia…”
Cadenciosamente quedó desparramado sobre la mesada central de la cocina, todavía no había tocado su desayuno , sí lo hubiese hecho, hubiese triturado menudas migajas con la tensión de las mangas de su camisa. Había leído sin colocarse sus gafas color café –su estuche estaba en el maletín- el esfuerzo requerido acrecentó su atención. Hojearía aquel artículo con detenimiento:
“… Estuvo completamente muerto”, dijo el físico David Hathaway, del Centro Marshall de Vuelos Espaciales de la N.A.S.A.
Consideró una falta grave de delicadeza dirigirse al gran astro en esos términos; lo relacionó con la frase, la había escuchado muchas veces, nunca la había digerido, “Dios ha muerto” del sujeto que escribió “El Anticristo”. Es una cuestión de fé creer en un señor omnipotente, por otro lado, dudar de la existencia del Sol es inconcebible: sí estamos despiertos afuera de nuestras casas, nos bañan infinitos haces de luz; sí nos quedamos quietos seremos recalentados por un potente sistema de cocción a distancia, en los primeros segundos un calor homogéneo invadirá la ropa dando una paradójica sensación de frescura y placidez. Un minuto después y seremos víctimas de una sofocación difícil de abandonar.
Había perdido el hilo de sus desvaríos; se enchufó una tostada fría, estaba crujiente, una parva de migas cayeron como meteoritos sobre el plato y el borde de la mesada, lo pensó dos veces limpiarlo todo en el acto.
No quería esa desagradable sensación de impregnarse las palmas, el pan tostado produce una picazón sucia.
“Decir que algo está muerto y no lo está, es cagarse en su existencia” balbuceó, mientras engullía la bola marrón de pan lactal.
Maldijo por haberse olvidado de untarla con dulce; la manteca estaba demasiado dura, aislada en un platito. Se levantó de la silla, las patas delanteras rayaron la loza en leves arcos; fue directo a la heladera, iba por leche, quería enfriar el café y darle una limosna a su pobre hígado.
Con la puerta abierta, mientras aguantaba el saché contra el pecho, cogió con la otra mano una aceituna que yacía entre dos porciones mal cortadas de pizza. Su gusto estaba atemperado, se persuadió que esa maldita oliva no conservaba todas sus propiedades, algo había perdido, ¿calorías tal vez?
No estaba completamente seguro qué repercusión había tenido en su persona el hecho que el Sol esté sin actividad. Su tasa se volvió turbia al caer el chorro de leche, un humo envolvente disolvió el negro espejo de café. Abrió en falso el frasco de moras, a la fuerza introdujo un cuchillo entre el vidrio y la tapa. Dejó caer la melaza en el pan. Cinceló la manteca con un pequeño cuchillo chato, antes de esparcirla se había percatado qué placentero le resultaba la tarea, lo suave del movimiento daba ilusión de escuchar el sonido del metal atravesando.
Se sentía incómodo, quería desembarazarse de esos sentimientos encendidos.
Escribir era una opción acertada, no obstante, era reacio a dejar por escrito lo que le venía a la mente cuando tenía este tipo de inquietudes -no tenía otras- tan insoslayables como obstáculos capaces de detener la normal circulación de un tren. En su interior un resplandor se volvía negro y quemaba como brea. Para encausar estas perturbaciones del ánimo, hacía uso de cualquier dispositivo que grabara sonido, un celular, un reproductor de mp3.
El contestador automático de la quinta: pateaba una silla, sí atendían del otro lado; estaba autorizada la casera a levantar el tubo del teléfono en su ausencia. Ni modo iba a agregar una línea adicional para hablar consigo mismo.
Terminó de abrochar su camisa, corrigió los puños. Se desperezó hacia atrás buscando la hora, tenía un imponente reloj de pared. La máquina detrás era insignificante, una minúscula carcasa de plástico con frágiles perillas pero las agujas, parecían gruesos bigotes de pantera.
A las ocho de la mañana nadie lo iba a buscar al celular. Tomó coraje, Menú, Seleccionar, Ok: iba a escuchar la articulación de su voz por primera vez en el día. Debía ser breve, su memoria no tenía mucha capacidad. Robert le había dicho que sí no quería gastar en una micro SD nueva, por qué no grababa en calidad baja. No podía soportar que lo que tenía para decir tenga poco valor, técnicamente hablando. PLAY.
__ El sol está limpio, su superficie no tiene manchas… Está completamente muerto… Estaba sucio… La suciedad puede ser mugre o groseros fragmentos de sustancia adheridos… pero las manchas solares son parte del Sol, sería como la transpiración… sudamos cuando tenemos calor… El sol es calor… muy mala comparación.
PAUSA. Metió el aparato en el pantalón. No tenía nada. La sección de ciencias del diario estaba sin ajar abierta en la nota que le había disparado semejante despliegue o disparate; ni rastros de la sección deportiva, estaba sepultada en un tacho de boca grande en Cabildo y Juramento.
Con la boca llena se dirigió hacia la sala. Con un puntapié en cámara lenta acomodó el tacho contra mesada de la pileta de la cocina, retrocedió: tenía las manos insoportablemente pegajosas. Antes de cualquier movimiento voluntario debía tener las manos religiosamente secas.
Otra vez las palabras de Robert sobre su cabeza: “No te podes poner así, sale, es mermelada… Qué harías sí fueses un pingüino, pagaría por ver eso”. No le gustó nada la analogía, ser otro animal; tener alas y no poder usarlas, ¿es agradable jugar en aguas azules y heladas?
Llamó al ascensor antes de tiempo. Podía escuchar el recorrido, sonidos precisos. Pocas veces había sido espectador de su mecánica: cuando no funciona, cuando está completamente muerto, “Dead as a doornail”. Sí no viene, damos golpes y gritamos con moderación: ¡Ascensor… Ascensor… Ascensor! Sí, cómo si alguien se hubiese quedado fatalmente dormido. Rápidamente sacó el celular del bolsillo. PLAY.
__… De lo que existe en el mundo que conocemos, el Sol es el ser que sin moverse, sin moverse de lugar siquiera, hace todo… ¡Woou!
Quedó congelado, boquiabierto. Sin saber qué hacer; corrió la cinta de su cinturón del centro. Se dio cuenta que era de cuero. No recordaba que lo había puesto ahí cuando se había cambiado. Vibró el celular, sonó el celular… Se sobresaltó, había cobrado vida. Quedó fuera del alcance de sus manos. Cayó al piso de poca altura, el impacto fue suficientemente fuerte para desarmar al teléfono. Levantó las piezas, las colocó sobre la mesa de entrada. La batería era maciza, visualmente agradable, pensó en voz alta:
__ “Me imagino al ingeniero o al diseñador en una reunión de desarrollo de producto, explicando en qué situaciones concretas puede ser apreciado su diseño… ”
Dio día libre a su risa. Al poner juntas todas las piezas, se disipó esa tormenta de buen humor, no encajaban sin esfuerzo todos los elementos. Fue al placard y dejó todo en el bolsillo delantero del sobretodo. Removió la percha y dejó caer sobre sus hombros el pesado abrigo. Era un mensaje de texto. Seguro que era del trabajo. Bien, no tenia que leerlo, iba para allá.
Tenía algo, podía ir en paz. Sabía señalar qué dirección habían adoptado el cúmulo de sus pensamientos.
Algo le pasaba al ascensor. Se fue para la puerta de servicio. Se apuró a tomar las escaleras, debía tomar precauciones, tenían depresiones el mármol de los escalones, podía trastabillar en esas concavidades. A pesar de su prisa con todos sus sentidos se aseguró que no hubiese nadie. No le gustaban las conversaciones fugaces con vecinos, no tenía nada que decirles a ellos. Cuando uno saluda siempre dice la misma frase, sería absurdo, -¿pensarlo o hacerlo?- decir una frase distinta para cada persona. El quid estaba en el énfasis deparado a cada uno de ellos…
__ Buendía.
La miró a los ojos, la joven viuda del 4°B; levantó la cabeza de arriba a abajo; ya había bajado tres pisos, ¿también tenía que rebajarse a mantener un conversación inútil? Cuidó la intensidad de su saludo, no tenía que ser distinta de los otros, no quería comunicar que su relación había cambiado en algo. Él simplemente quería expresar que tenía un día excelente -muy precipitado de su parte, acababa de empezar- y esperaba que ella estuviese pasando por la misma situación.
__ ¡Buendía, Señor! Lo veo distinto, sabe. Usted es una persona…
[No había vuelta atrás, ésta situación lo superaba, cuando la miró seguro que le había entregado más de lo que él quería demostrar.]
…Una persona calma generalmente; siempre va de un lado a otro pero es como sí… disculpe el atrevimiento… Adentro suyo estuviese totalmente quieto, que nada verdaderamente lo perturba… Eso último, no tendría que haberlo dicho… eh… o decirlo de otra manera, quizás… el tema es que hoy lo veo revolucionado…
__ Mejor imposible lo que acabe de decir, en otra ocasión le cuento –respondió con genuina franqueza Otro hombre.
__ Le digo más –aprovechó la luz verde de su interlocutor- Sí, revolucionado, su forma de moverse es estática, con el mayor ahorro de energía, pero adentro suyo está dele que dele girando sobre sí mismo, a más de 3000 revoluciones por minuto…
¡Qué lunática! Demasiado comprometido lo que había compartido. Era éste un fragmento de una charla íntima de horas, esas que comienzan desde el atardecer hasta pasada la hora de la cena o de la hora de la cena hasta el desayuno.
__ Bueno… Sí…. Hasta luego… –siguió bajando escalones. Mirándola a los ojos lo suficiente para no resultar grosero, por haber cortado con un golpe de tijera el discurso de ella. En la puerta de calle, el Sol arrasaba con todo a su paso, era fuerte, encandilaba, sin embargo, era baja la temperatura. Sus suspiros -tenía algo más que frío- se convertían en nubes etéreas, brillaban un instante con la luz de la mañana.