lunes, 12 de julio de 2010

S u n n e s s (capítulo IV)

No estaba Juan Pablo: fue por su cuenta a buscar el microondas, le quedaba de paso. Tuvo que arreglárselas solo. Quería hablar con él, lo del celular era una excusa, a alguien quería contarle lo del diario pero era más importante hablar sobre su nueva fe. Había un límite, ¿iba a hablarle al cadete del delirio que tenia con el Sol? Él era mejor que cualquiera que esos imbéciles.

__ Cualquier religión que uno adopte seriamente, tiene mucho de locura, ¿qué es, si no, contar con una certeza absoluta? – Reflexionaba Augusto. De repente se había percatado que había formulado la pregunta. En ese instante, golpes pausados detrás de la puerta, tal vez lo habían escuchado pensar en voz alta, pensaron que estaba acompañado. Era Carlos A., le quería avisar que la gente de la Rural, viene mañana. Le dejo un folleto arriba de un volante de comida, querían que le echara un vistazo.

Se quería ir, podía, era el dueño, ¿también era dueño de sí mismo? Solo tenía que balbucear una frase a Tomas, que supiese donde podía ubicarlo, si lo necesitaba. Si no, ¿a qué hora iba terminar su día? Más o menos a las siete de la tarde. La gente entra, sale, se lleva, se prueba; se siente importante con su nueva adquisición. Saco el volante debajo del folleto, lo miro, lo dio vuelta, estaba en blanco el reverso, lo dejó en el borde de la mesa.

No le encontraba sentido vender la piel de esos enormes animales que tiempo atrás pastaban en inmensas praderas, solo se quedaba con la parte de afuera.

Tenía que irse pero sin que nadie supiera sus verdaderas intenciones, era incandescente la necesidad de ausentarse, no sabía con exactitud por cuánto tiempo pero era cuestión de vida o muerte. Muerte o contradicción. Muerte o contradicción: había escuchado muchas veces.

Pidió que le trajeran el inalámbrico. Roberto Penso. Hablar con Robert Penso. No tenía valor para expresar lo que le pasaba, además recordó que hablar a la distancia con un tubo, era el desafío mas grande que uno podía enfrenta en el manejo de un idioma. Miro para abajo, un papel en el piso, se agacho; antes de agarrarlo, tomo los cordones, si no los ataba podía provocarse un accidente, si eran graves las lesiones, tendría que abandonar éste lugar en una ambulancia. Le quito la mugre adherida a uno de sus extremos, acomodó las agujetas de su calzado, no era de cuero, prefería usar tenis, más allá de una excelente performance, eran muchos más atractivos que esa piel parda y rapada.

No le estaba dando a la gente más que superficies resistentes con que cubrirse la piel, otra superficie: una de las primeras tareas de los seres humanos en la agenda de supervivencia ¿Qué otras cosas más interesantes hacíamos desde el principios de los tiempos?

Carlos A. le trajo el aparato, le comento que tenía poca batería. No le quiso decir donde lo había encontrado. Estaba al lado de la planta nueva. Le espeto exasperado que las ondas de las comunicaciones pueden dañarla. Tal vez la planta hizo una llamada de larga distancia, ¿alguna vez vio una, en un jardín local? Augusto antes de continuar con la tsunami de su sarcasmo, concluir sus explicaciones, y sin dar lugar a que Carlos A. expusiera las suyas, le dio la orden con su cabeza que se retirara inmediatamente. Un bollo de papel en la mano con ira.

Lo desplego arriba del escritorio, hizo un lado papeles encarpetados importantes; había arrugas en los cantos de las carpetas de cartulina, estaba indignado que esos pliegues color crema, solo cumplan la función de contener, tendrían que estar en un kínder soportando la violenta creatividad de un niño. Delivery. Sándwiches para llevar. Un volante de comida en el piso. Adelante, en la parte visible del local, los empleados y los clientes, le sacaban el cuero.

Estaba acelerado, tanto como esa araña mecánica que tenía sobre su cabeza, podía ver a través de sus aspas, efectivamente había aire alrededor, a pesar que su oficina la sentía como una cueva, podía escribir en las paredes, sí fuese una. No tenía con qué, sólo tenía una birome Cross: era mayor el grado de insania hacer trazos con esas delgadas columnas de tinta fina, en los tabiques de yeso, que la producción grafica en sí, de un adulto fuera de sí. Además esas palabras escritas no serían parte del legado su generación, ese edificio será demolido en menos de 27 años o simplemente remodelado el año que viene: lijas, enduido y pintura anularían sus pensamientos.

El sobretodo lo tenía puesto todavía, menos mal que en el cuarto que se encontraba no estaba encendida la estufa, caso contrario, sudaría como pollo frito. Se lo saco de inmediato, sin importarle en lo más mínimo los exigentes cuidados que requería, cada vez que lo llevaba a la tintorería, quedo tirado como una bolsa de consorcio sobre la silla. Extrajo los pedazos de su celular, todo el conjunto fue depositado arriba del folleto a todo color, ¿qué podía hacer con eso? Abrirlo e inhalar su aroma a nuevo ¿Que diría la gente de la Rural? Era atroz el desinterés que tenía en mantener relacionarse con ellos. Se quedo pensando, toco la pared, tenía una fina capa de polvo. Después, violentos movi-mientos. En un espasmo pateo la canasta de aluminio que tenía como cesto; había basura seca en ella, la volvió a meter con la mano.

Después de meter todo, agarró un bollo de papel de adentro: creo que sabía lo que era; se cortó con sus propias uñas, se movía muy rápido pero primitivamente. Otro volante igual al anterior. No era complicada la situación, tenía un gran vacío adentro, ¿por qué no iba por comida? Era una señal. Siempre hay motivos para comer: el ser humano antes de recurrir a las drogas, se desquita con los alimentos. El nunca podría llegar a odiarlos. Plegó en cuatro el papel y lo introdujo en el bolsillo trasero de su pantalón.

El otro papel lo dejo quieto en el escritorio, tuvo un trato estrafalario para con este, era como si quisiese dejarlo descansar. Corrió la velocidad del ventilador a cero,

Abrió la puerta, la dejó abierta, ese lugar era una cueva. No había circulación, en cambio en los departamentos hay puerta de servicio y puerta principal, uno puede entrar y salir por lugares diferentes, en cambio en el local, solo podía entrar por esa puerta y salir por donde había entrado.

Carlos A. interrumpió su desfile mental increpándole sobre el folleto:

__ Está bien. Confirmales. Pero que esta vez nuestro puesto no esté cerca de la entrada. Es la Rural. Nos conviene estar cerca de puestos de comida, siempre hay gente; mientras pican algo, pueden apreciar el mejo local de cuero del país –fue pertinente la manera de responder de Augusto, parecía que tenía un actor escondido en su interior, atento como un cirujano para cualquier intervención–. Ubicalo a Juan Pablo al Celular, que se apure, tiene mucho para hacer en el depósito. No te olvides, que mire mi teléfono, está en el escritorio. Salgo, vuelvo en un rato, cualquier cosa, le preguntan a Tomas, estuvimos hablando bastante ayer, está todo cocinado –dio un énfasis sobrenatural a “cocinado”, su última palabra anunciaba su libertad condicional. Volvió sobre sus pasos, movió la puerta con el hombro, entornada estaba, cogió el maletín, fue directo por los anteojos de sol.

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