martes, 7 de septiembre de 2010

Juan Pablo Dell´Oro, le presento al personaje de Augusto Pérez Lozano

$60. Una vez al mes como Pato con salsa especial, nunca el mismo día, no quiero engendrar una tradición al estilo, los ñoquis del 29, ¿qué, el 29 antes de ser un bombi, era una fábrica de pastas? ¡Alta traición volver popular los platos de Pato! Su carne es celestial, no la merecemos, no somos dignos de su consistencia y gusto: jamás pido delivery, voy a pie a dónde es preparado, al "Dragón Porteño", y espero de pie, no intento matar el tiempo en primer grado, nada de escuchar música o leer un libro, me aburro a secas.

Veo sonrisas de porcelana; indumentaria de seda; bermellón. Los bordados del uniforme transmiten, definitivamente, la multiplicidad de ingredientes que posee la cocina china. Me atrae el ambiente; la persona que cobra, esconde una sonrisa virginal. Miro al fondo; el cuarto amarillo pálido y vapor, de esas coordenadas en el espacio, me llegan 50 grados de felicidad.

No. Alguien. Me está observando. Un cliente, al lado su paquete de arrolladitos primavera. Yo lo observo. Yo pienso más cosas de él, que él cosas de mí. Tiene una mirada penetrante pero sus hombros lo tiran para abajo, no maneja bien sus manos cuando se expresa. Los pantalones que lleva nunca fueron domados por la plancha; en su costado derecho tiene una enorme mancha colorada. No exagero.

Completaron el pedido del mirón: chao-fan con verduras, ¿nada más? ¿No tiene imaginación? El menú es vergonzoso, tiene sólo una tinta pero tiene 206 platos escritos.

Mientras es rellenado de salsa agridulce, el recipiente del indiscreto , triunfalmente arriba mi porción especial de Pato y su salsa extraordinaria. Le saltó el corazón al muchacho, su alma había sido atropellada, se volvió una estatua de nervios duros de milanesa.

Pagué sin cambio, divisé la salida; di unos vistazos en general, enriqueciendo mis huellas mnémicas del restaurant. No me había liberado del asechador; me detuve antes de tocar el asa de la puerta; extraje el celular de mi pierna, y leí en el aire, el mensaje de texto más largo que había leído en mi pato-lógica vida. El personaje que me había inventado, me reprochaba que estuviera tardando tanto, qué se cagaba en el sacramento del Pato (eso porque Roberto [un amigo] dice que yo tengo experiencias religiosas con el emplumado de pico ancho), hubiésemos pedido una docena de empanadas, siempre lo mismo, por lo menos que llegue caliente la comida. Estoy solo, nadie me espera en casa, sin embargo, únicamente compartiría ese manjar con otro yo.

Salió disparado el joven, entornó la gran puerta de vidrio, y la empujó totalmente con una pierna, la que tenía manchada ¡No! ¡Está impresa la mancha! ¡Ridículo! Afuera el peligro y el mal gusto: sintió una voz en su interior, debía mantener la calma: ese pibe es un loco de mierda, pero por más loco que esté, nadie lleva comida por largo rato, lo antes posible, se la lleva a la boca.

Helado era el viento, frío y rico, una noche gris intenso. Las sombras de luz eléctrica, pobres y depresivas. Mucha basura contra los árboles, los inadaptados de siempre: BASURAS, sacar la basura de 20 a 22 horas. Dos tubos de neón solos. No me molesta esa clase de desperdicios. Miro la vereda del enfrente, miro hacia adelante. Nadie.

Se armó de valor, arremete contra los blancos largos ¡CRASH-BOOM! No fué un disparo pero se oyó entre los troncos y las copas de los árboles, una estridencia violenta e impersonal. Se me escapó la risa, quedé expuesto en mi propio relato. No podía ser de otra manera, el estúpido inteligente de Augusto, cometía las mismas acciones que yo perpetraba (utilizo este tipo de lenguaje porque no quiero ser menos que éste personaje) en la vía pública.

Está detrás de mí, el loco de mierda, el mirón. Tengo que seguir caminando; pidió comida, debe vivir cerca, odio la frase “más bueno que el pan” pero si nadie me escucha, puedo aplicarla al sin nombre, sin imaginación. Tiene una camisa de ramas, no, parecen raíces. Es muy extraño. No le prestes atención.

¿Cómo se atreve? Encima tiene más plata que yo, come rico. Voy a robarle su atención. Me acerqué y grité con voz de negro neoyorquino: ¡Freeze! Cualquier persona que sepa inglés y haya mirado muchas películas, se queda congelado, se le va a enfriar el morfi al Sr. Pérez Lozano. No pierdo un minuto; le juro que si se mueve, lo electrocuto: en el bolsillo, un dispositivo de autodefensa, se lo voy a regalar a una amiga, no creo que le moleste que se lo de usado, de un momento a otro, nos vamos a enterar si funciona.

No. ¡Maldita sea! ¡Girasoles! Le tengo pánico a la electricidad, ¿no trabaja con ella el cerebro? Terrible si es interrumpida la conexión de mis neuronas, reconstruir esas billones de uniones es comparable al trabajo realizado por Japón, con Nagasaki e Hiroshima. Un segundo, ¿qué me puede hacer? ¡Qué risa, tiene los ojos pintados! ¿Un pirata del asfalto sin vehículo?

Dame tu celular, quiero tu billetera. Obedeció. Si no cooperas conmigo, voy a dejar caer ésta joya de las telecomunicaciones. Por más que lo intentaba, no podía meterme en su cabeza. Le ordené (en realidad, ya está escrito, no sé por qué se lo dije) que corriera hasta el auto gris de la esquina [¿Qué raro? La noche tiene el mismo color]. Si intentaba algo absurdo, su celular iba a vérselas con el peso de la ley de gravedad.

¡Qué buena frase! Por el momento él es mi amo, no lo dije por eso, lo odio profundamente; fue ocurrente para una persona que sólo se amina a pedir arroz en un restaurante chino. No lo hago a propósito pero por Y, por X y por Z, mi teléfono termina hecho pedazos. Es la primera vez que el accidente en potencia, no depende de mí.

Lo voy a terminar matando, se pasa de listo; primero que me de varios libros, él es para mí como Tomatis fue para Juan José Saer. Ya sé lo que le puedo hacer para descargarme: subí al auto, ahí no, sentate en el asiento del conductor, ¿a dónde querés ir? Dame tu bolsa o preferís que tome tu vida, esa frase, ¿también te gusta?

Me quiere hacer pensar que sabe lo que estoy pensando. No le voy a dar el gusto, Augusto Pérez Lozano sabe de retórica, lo que el zorro de esgrima.

¿Te diste cuenta? ¿Qué auto es? Señalé alrededor. Es un Fox. Se rió estrepitosamente, un fragor comparable al galope de un pura sangre contra las piedras en una pradera. Lo acompañé, también me reí.

Piensas que estoy loco, típico, si yo me río y otro no sabe por qué lo hago, me atribuye algún grado de estulticia. No sabe lo que significa: locura.

Lo hice porque entendí por qué te reías, y si no lo hubiese sabido, igual hubiese pensado que sos una persona despierta, excelente observación la tuya, las personas que tienen imaginación, a veces se ríen solas. Pero, ¿cómo me di cuenta lo que estabas pensando? Sencillo. No sé lo que pensabas, exactamente, pero hiciste en el aire la zeta del Zorro, y que el nombre del auto significa lo mismo en inglés, era una asociación hilarante…

No quiero ser grosero, se enfría el Pato, ganso. Si nunca comiste, prefiero dárselo a un perro de la calle ¿Puede ser claro? ¿Qué quiere de mí?

Te haces el vivo [se aburrió de mí, desgraciado, tengo ganas de gritarle “ficticio” en la cara, no, muy cruel] ¿Sabes cuándo fue la primera vez que comí Pato? ¿Sabes? En la cafetería del Louvre, tercer piso. No te preocupes, te voy a dejar la mitad. Yo soy su creador, ¿qué día y hora de la semana me corresponde? El Domingo, no.

¿En qué estará pensando? Tenía planes yo, detesto acostarme tarde ¿Por qué no acelero el asunto, quiero bajarme del auto ya? La cabeza me da vueltas y el estómago lo tengo vacío; no sé si corresponde, necesito un analgésico, ¿puedo pedirle a él? "IMPORTANTE: mañana sin falta, tengo que pasar por el Kavenagh, ¿cuál era el piso?

Amablemente cogió una birome que tenía a mano (pidió permiso después), y un papel tirado en la alfombra del asiento del acompañante: era un volante de comida. Probó si escribía. El muchacho de la buena frase entró en pánico, fue embargado el aire que inhalaba. Gritó. Era extrema su desesperación, estado comparable a despertarse en el medio de una operación a corazón abierto. Abrió la puerta con ímpetu de arrancarla, la dejó de par en par, el interior del auto fue inundado por la fresca oscuridad de la noche. Le habían robado y lo habían dejado solo en un auto nuevo, con el asiento sucio de pato, sin llaves ¡Asaz ventura! Un situación bizarra, amedita una solución bizarra. Sin querer escribió en el volante de papel (sobre el volante): las llaves están en el baúl. Se bajó. Ahí estaban.

FIN

No hay comentarios:

Publicar un comentario